(Foto: pexels)
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Chamo, Yayo, Charlie, Nieve, Talco, Caspas de Atahualpa… motes para una singular droga: la cocaína. Esta ha calado en el imaginario colectivo como una sustancia que tuvo su pico en los ochenta, y un paranoico crash años más tarde. Hay un variado (y excelente) catálogo que soporta esta historia: Boogie Nights, Goodfellas, El lobo de Wall Street, El Patrón del Mal, Ciudad de Dios, entre otras.

En esta narrativa, la droga de origen sudamericano fue consumida vorazmente por una elite (gringa, sobre todo) que eventualmente aprendió, a la mala, que la cocaína no se podía tomar (ni aspirar) a la ligera.

Pero… ¿soy solo yo o ahora “el perico” está más presente que nunca? La data soporta mi intuición. Aunque es imposible conseguir datos del consumo, los de la oferta son contundentes: según la ONU, , y todo indica que la tendencia sigue a la suba.

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Colombia, Perú y Bolivia se mantienen como el principal eje productivo, pero ha habido cambios en la demanda. Para empezar, ya no es tan elitista ni tan gringa, pues su producción masiva ha permitido que salte de Wall Street a múltiples sectores económicos. Además, la distribución es ahora global, lo que ha llevado a distintos periodistas a proclamar que , y son la capital mundial del consumo de polvo blanco.

Se habla del costo para el consumidor (adicción, impotencia, insomnio, depresión, etc.), pero poco de los efectos colaterales a nivel macro. Políticamente, un mercado fuerte da los fondos para que se compren alcaldes, congresistas e, incluso, presidentes. Promueve la y mujeres en las zonas productivas y de distribución. Y, ambientalmente, : tanto la producción como las técnicas de erradicación incentivan la tala indiscriminada y el uso de químicos nocivos.

El perico está en su pico, el tiempo dirá cuánto nos demoraremos en reaprender lecciones, supuestamente, obvias: con la cocaína, el crash después del vuelo es devastador.

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