Foto: Andina.
Foto: Andina.

Hace unos años, discutíamos si el Perú era un país minero o agrario, de emprendedores o violadores, de cocineros o anémicos, milenario o rumbo al . Aunque soy un persistente optimista, debo reconocer que hoy quizás la etiqueta más precisa para nuestra paradójica y compleja nación podría ser: “Perú, país desconfiado”.

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No confiamos en las personas. Perú lidera el ranking con la más baja confianza social entre más de 50 países evaluados de la Encuesta Mundial de Valores. No confiamos ni en desconocidos, ni en nuestros propios amigos. No confiamos en las instituciones. Una aplastante mayoría desconfía de empresas, sindicatos, ONG e instituciones estatales. Solo BCR y Reniec se salvan. No confiamos en nuestros gobernantes. En el último Latinobarómetro, los partidos políticos, el gobierno y la democracia tienen la peor satisfacción de la región. Según IPSOS, la aprobación parlamentaria y presidencial está en su más bajo histórico de las últimas 3 décadas. No confiamos en el relato de nuestro pasado. Solo 9% de peruanos conoce el informe de la CVR y piensa que ha tenido un impacto positivo. Increíble como aún no podemos coincidir en la verdad de lo sucedido en el trauma nacional contemporáneo más doloroso y profundo. No confiamos en el porvenir del futuro. Los jóvenes imaginan sus vidas en otras sociedades. Cientos de miles de peruanos han abandonado el país en meses recientes para echar raíces en otros territorios.

Según la Real Academia Española, confianza significa “esperanza firme que se tiene en alguien o algo”, “seguridad que alguien tiene en sí mismo” o “ánimo, aliento, vigor para obrar”. No confiamos. Se nos desvaneció la esperanza, nos invadió la inseguridad y perdimos el vigor para avanzar juntos. Las razones son múltiples: herencia colonial, guerras civiles, segregación, complejidad geográfica, terrorismo, hiperinflación, racismo, abandono estatal, polarización política y un gran etcétera.

Es cierto también que comienzan a emerger con renovada firmeza iniciativas civiles y empresariales que buscan restaurar la confianza nacional. Aunque creo que son francamente insuficientes. En los ochenta tuvimos una megamulticrisis, la cual dio pie a que economistas y empresarios instalaran una obsesión por la estabilidad monetaria y el crecimiento económico, vívida hasta hoy. ¿Qué más tendría que pasar en el país para instalar en cada uno de nosotros una obsesión por la confianza interpersonal y la restauración social? ¿Acaso podemos progresar sin que el crecimiento de la economía venga acompañado por el crecimiento de la confianza? En mi siguiente entrega, algunas idea para alimentar esa sana obsesión. A confiar.


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