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[OPINIÓN] Álvaro Henzler: Nací para quererte
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Había una vez una nación que quería ser justa y libre. Pero pasó un triste viento de nombre “traición”. Este viento avanza en la espuma oscilante, en el monte imponente y en el río caudaloso. Y con él, los sueños de aquel país se confundieron… ¡Se hicieron noche! Y reconociendo que hay un culpable responsable de traer ese viento opaco, pedimos que se vaya: “¡Que se vayan! ¡Los que vienen a matar! ¡Los que vienen a robar! ¡Los que vienen a envenenar!”.
Nací Para Quererte es el nuevo musical producido por Preludio Asociación Cultural. Una puesta en escena valiente. Cuenta tres historias de abusos e injusticias que ha enfrentado nuestra alma nacional en los setenta, ochenta y dos mil. Tres viejas historias, aún vigentes, que buscan también nuevos tiempos. El argumento singular de la obra es que detrás de la desgracia y oscuridad nacional no se encuentra un solo personaje —sea un presidente o político—, sino una fuerza lamentablemente arraigada en nuestra sociedad, presente en cada uno de nosotros. El Mil Caras, un joker criollo, es la figura de gran poder que denota una representación visceral de los pecados capitales, llevados a un extremo por la corrupción que genera. El Mil Caras nos tiene atados y controla nuestros movimientos: “¡Y aluciné, aluciné, aluciné que tenía poder! ¡he destruido a mis enemigos! ¡a mis amigos los he follado! ¡los cargos doy por anticipado! ¡las moscas llegan! ¡comen caca de mi mano! ¡negra por todos lados! ¡estoy con todos! ¡y a la vez estoy con nadie! ¡juega con mis pelotas! ¡porque yo tengo todo el poder…!”
La escena final es ilustrativa de cuál es nuestro reto actual como país. Un tribuno preside el juicio final del Mil Caras. “¡Este señor que mil caras tiene…que mil caras tiene detrás de esa máscara! ¡Viene contaminando todo desde hace mucho! ¡Debemos sacársela ya mismo! ¡Porque así no podemos seguir!” Los personajes asienten con convicción: “Ha cogido a nuestro país y baila… baila con él.”, “Luego se pasea por nuestras oficinas, por nuestros municipios y palacios, por nuestros bolsillos y nuestros estómagos, por nuestra salud y la educación de nuestros hijos, por nuestros corazones a veces apagados” El Mil Caras, arrinconado, responde quizás su única verdad: “¡Ya! ¡BASTA! ¡Cállense! ¡Primero quítensela ustedes!”
Nuestra furibunda crítica a nuestros líderes políticos es absolutamente justificada. Sin embargo, asumir nuestra responsabilidad personal constituye el primer paso para ser ciudadanos plenos y así querer genuinamente a la tierra que nos vio nacer.
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