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[Opinión] Alfonso Bustamante Canny: Hablemos claro
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La violencia desatada luego del fallido golpe de Estado de Castillo no es más que una estrategia perversa del comunismo radical para perpetuarse en el poder, quien manipula con mentiras a los desvalidos y utiliza su frustración para colocarlos como carne de cañón en protestas desenfocadas y violentas.
El radicalismo nacional es apoyado por jefes de Estado comunistas de la región, y se alía con el crimen organizado y el terrorismo para crear caos y destrucción en el sistema productivo peruano. Son estos los responsables de las más de 50 muertes en los desmanes violentos de las últimas semanas.
Su retórica ha calado a fondo. Miles de confundidos manifestantes demuestran su frustración y rabia ‘engañados’ de que el cambio de Constitución será la píldora mágica para aliviar sus evidentes carencias. La verdadera protesta nacional debe ser contra la inacción del gobierno central y los gobiernos subnacionales, exigiendo la ejecución de los programas de infraestructura social, salud y educación.
Urge atender las verdaderas causas de la frustración de los ciudadanos más postergados. La cortina de humo del cambio de Constitución esconde lo imperdonable: que teniendo la plata, los gobiernos no la hayan invertido en aliviar la pobreza, privando a los ciudadanos de servicios básicos, a vivir sin dignidad y sin futuro.
Hay que desenmascarar a los conocidos extremistas. Ellos viven del engaño, la violencia y de generar miseria y odio para hacerse con el poder. Poder absoluto como a ellos les gusta.
Basta de contemplaciones con los extremistas, como si se tratara de algún pariente atrofiado a quien se le concede desatinos y agresiones. ¿Estarían pidiendo adelanto de elecciones si el vicepresidente hubiese sido Cerrón o Bermejo? Seguramente quien insinuara un recorte del periodo gubernamental sería acusado de golpista y antidemocrático.
Pero el tema central es la viabilidad del Perú como Estado y como nación. Y para ello, debemos preguntarnos si es que el sistema electoral actual logra representar en la presidencia la verdadera opción popular. La evidencia del último cuarto de siglo nos dice que no. Urge entonces revisar la valla electoral y el financiamiento de partidos. No pueden llegar 18 opciones presidencialistas, a lo sumo, debieran ser cinco. Así el balance con el Legislativo sería más equilibrado y el Ejecutivo tendría un soporte en el Congreso.
El presidente elegido debe tener respaldo popular y congresal para poder gobernar, por ello se requiere tener partidos políticos sólidos. Ahí queda una tarea pendiente.
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