Foto: EFE/Elvis González
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Hagamos un ejercicio. Si hoy el Perú afronta graves problemas, imaginemos por un minuto que la situación fuese inmensamente más crítica. Imaginemos que mientras enfrentamos la pandemia, ni siquiera fuese posible conseguir algo básico como una aspirina. O imaginemos estar atravesando esta crisis económica pero con el agravante de vivir una asfixiante escasez de alimentos y energía. Largas colas para conseguir un poco de comida, tan largas como las noches oscurecidas por los apagones.

Y no solo eso. Imaginen que, además, nuestra crisis política no se tratase de intentar elegir mejores representantes o de defender la democracia, como ahora, sino que más bien estuviésemos viviendo bajo una larga dictadura, acostumbrada a arrestar opositores, reprimir la mínima protesta y tratar toda opinión disonante como traición.

Esa es la situación que vive hoy Cuba, gobernada durante 60 años por los Castro y desde hace tres por Miguel Díaz-Canel. La dictadura, la pandemia y la crisis se entrelazan en una tortura en la que las víctimas son las personas comunes, que hoy no pueden vivir en libertad ni cubrir sus necesidades básicas.

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La represión de las libertades en Cuba está ampliamente documentada. El año pasado, la CIDH emitió un informe histórico sobre la grave situación de los derechos humanos ahí, detallando cómo el funcionamiento del régimen impide cualquier mínimo desarrollo democrático y el especial estado de vulnerabilidad en el que se encuentran las minorías de ese país.

Ante todo esto, la sociedad cubana se ha levantado. Hace una semana, se realizaron multitudinarias protestas en toda la isla. Cientos de miles unidos bajo el grito de “¡Patria y vida!”. Este movimiento, muy acorde a esta época, ha nacido desde una ciudadanía activista que, tras el proceso de apertura a Internet iniciado hace unos años, hoy se organiza a través de este.

Sin embargo, la respuesta ha sido más represión. Las indagaciones de Human Rights Watch corroboraron detenciones de cientos de personas, muchas aún desaparecidas. También arrestos domiciliarios, violencia policial, cortes de Internet y hasta detenciones de corresponsales internacionales. Por su parte, la alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, pidió al gobierno la liberación urgente de todas las personas detenidas por ejercer su derecho a la libertad de reunión pacífica o a la libertad de expresión.

Sin embargo, los pronunciamientos de varios líderes regionales ante esto han dejado mucho que desear. Es especialmente lamentable la postura tomada por el presidente electo de nuestro país, Pedro Castillo, quien rechazó el embargo estadounidense y la “persecución económica norteamericana”, pero no mencionó los abusos del régimen. Si el presidente electo busca desmarcarse del perfil antidemocrático que han mostrado muchos políticos a lo largo de esta campaña, esta es la peor forma de empezar.

Digámoslo claro; el bloqueo estadounidense sí es algo que debe ser rechazado (como históricamente lo ha hecho el Estado peruano). Pero no puede ser una forma de excusar el largo historial de violaciones a los DD.HH. cometidas por el régimen dictatorial.

En este momento en el que Cuba lucha por libertad y una vida digna, el liderazgo internacional será determinante para presionar al régimen a establecer una transición democrática. Y también para mostrarle al –ahora conectado– pueblo cubano que estamos con ellos.

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