(EFE)
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Es evidente que necesitamos volver a creer. Decir que la blanquirroja (por lo menos en la última semana) se convirtió en más que una camiseta, mucho más que un partido de eliminatoria al Mundial. Ver a los Quispe, a los Mamanchura y a los Rockefeller con la misma franja roja en el pecho fue una lección entrañable. Priceless. Confieso que fui de aquellas que habían perdido la fe en la selección peruana. Estaba harta de los escándalos, de las argollas, de los jugadores mañosos, de no ilusionarme por un pase al gran evento futbolístico donde deben estar los mejores.

Sin embargo, recobré, como muchos, la esperanza y la confianza en el presente. Comencé a interesarme por el perfil de ese flaco, el argentino Gareca, que, junto a Oblitas, resultó pieza clave en el liderazgo de estos jóvenes talentosos, hambrientos de goles, pero que requieren de la orientación permanente para encontrar la oportunidad de afianzar su autoestima y manejar presiones.

Esa visión, esa estrategia, la necesitamos para el país entero. Necesitamos autoridades valientes, honestas para 32 millones de peruanos que estamos hartos de sufrir por gusto, sin metas muy claras y con muy pocos goles. Sufrir, porque no vemos reformas para acabar con la corrupción. Porque saltamos de un extremo a otro creyendo que lo divino nos salvará como sociedad.

Se trabaja como un equipo, se lidera, se levanta la voz cuando es necesario, no se figuretea, más bien se busca la palabra oportuna en el momento correcto, no se descalifica al rival, se le respeta y se le valora. Esa fórmula que hoy nos ilusiona de este equipo joven puede servir de ejemplo para lo que necesitamos como sociedad.

Paremos de sufrir sin esperanza. El sacrificio vale la pena cuando hay objetivos, rumbos definidos. Para eso, romper círculos viciosos es fundamental. Sin esfuerzo, sin decisión, sin reconciliación, sin coraje, no llegamos a ninguna parte como nación, así le ganemos a Nueva Zelanda en el repechaje. #SeguimosConFe.

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