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¿Amor por la ciudad o por el poder?
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Cuando se aprobó la reforma constitucional que prohibía la reelección de alcaldes (y de gobernadores regionales), el argumento para que el Parlamento aprobase esta medida fue que con ello se pondría coto a los altos niveles de corrupción que campeaban a nivel subnacional, vale decir, si los alcaldes no repetían el plato, la corrupción local desaparecería.
Hoy en día, y al margen de lo falaz de la reforma, la situación de nuestras autoridades locales se ha polarizado. La primera de ellas es la de aquellos a los que denomino como “negacionistas”, pues pese a que existe una norma plenamente vigente, insisten tozudamente en que tienen un “derecho adquirido” que los habilita a postular una vez más en los comicios de 2018.
Por otra parte, tenemos al grupo de los “pragmáticos”, que son aquellos que en lugar de aferrarse a lo que por años fue su feudo distrital, hoy quieren tentar suerte en la casa grande y vemos que ya lanzaron sus “precandidaturas” para postular como alcaldes provinciales. En este grupo también hay de los que pretenden postular para ser alcaldes de otro distrito dentro de la misma provincia valiéndose del criticado domicilio múltiple.
Sin perjuicio que sean negacionistas o pragmáticos, deben tener en cuenta esto: 1) Su campaña de reelección o su candidatura debe ser financiada con la suya y no con la nuestra. 2) El cargo de alcalde es remunerado e implica un trabajo a dedicación exclusiva para su comunidad. Si quieren hacer lobbies prorreelección o actividades de campaña con miras a las elecciones 2018, mejor soliciten una licencia sin goce de haber. Sean honestos. 3) Procuren no cambiar de vientre de alquiler para postular el próximo año.
Finalmente, en lo que ambos grupos coinciden es que ninguno quiere dejar el poder. Saque sus propias conclusiones, estimado lector.
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