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Ahora, ¿quién podrá gobernarnos?
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Un efecto colateral del desgobierno y los escándalos de corrupción de Lava Jato es el descrédito de la cúpula tecnocrática. Resultan lejanos aquellos días electorales cuando Pedro Cateriano declaraba a un periódico internacional que Kuczynski era el presidente más preparado y experimentado de la historia del Perú. De hecho, muchos de sus votantes valoraban su currículum vitae, engalanado con una educación en las mejores escuelas del mundo y poblado de cargos públicos al más alto nivel. Entonces, si el mejor representante de la tecnocracia local ha hecho un pobre trabajo como presidente, esa decepción se extiende, justa e injustamente, a toda la tecnocracia nacional.
Si el mejor representante de la tecnocracia no ha podido distinguir el manejo público de los negocios privados, ¿por qué creer que otros miembros de esa élite no usan las puertas giratorias a su antojo? La duda se instala y salpica a justos y pecadores.
Esta cúpula tecnocrática se ha ganado una antipatía propia. El desprecio que el presidente Kuczynski tiene de la política es evidente. Para él, y para muchos tecnócratas, la política es lumpen, en su sentido delincuencial y barriobajero. Prefieren el lobby, de alto vuelo y con más charm.
Luego de 25 años de gobiernos con mano tecnocrática, el actual descrédito parece mayor que los logros económicos visibles. El crecimiento del PBI ya no es suficiente para esconder las puertas giratorias, y por muchos frentes se reclama que esta cúpula deje de capturar el Estado. Pero, si no contamos con los tecnócratas, ahora, ¿quién podrá gobernarnos?
Si existe una desconfianza hacia la tecnocracia, la tirria hacia los políticos es aún mayor. Los outsiders estarán prestos en la próxima elección. Sin embargo, para ser responsables, es hora de los técnicos que no desprecien la política y de los políticos que prefieran responsabilidad técnica a populismo.
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