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(Opinión) Ariel Segal: ¿Y Afganistán...?

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Mientras Ucrania padece las consecuencias del sanguinario poderío ruso, los talibanes aprovechan que la atención mundial está fija en Europa y dejan de cumplir las promesas que hicieron cuando negociaron con el Gobierno de Trump la retirada de Estados Unidos y de la OTAN.
Los talibanes nunca sostuvieron reuniones con el Gobierno afgano, tal como acordaron hacerlo, para negociar una coexistencia política y participar en unas elecciones como partido político. En cambio, aprovecharon la reducción de tropas occidentales para tomar Kabul, la capital, antes de la retirada completa de estas. Una vez en el poder, prometieron a los afganos que serían más flexibles con respecto a los derechos de las mujeres, comparado a cómo las trataron hasta que fueron derrocados en 2001 tras los atentados del 11 de setiembre de ese año; sin embargo, en marzo cancelaron las clases para chicas de secundaria y ordenaron que esperen la decisión del Gobierno para determinar cuáles serán las reglas para su educación.
Las instituciones educativas que funcionan están segregadas por género, como ocurría entre 1996 y 2001; y al igual que en el periodo de su primer mandato, están prohibiendo la participación de mujeres en puestos de trabajo estatal, las obligan a la utilización de vestimentas “modestas” (que cubran todo su cuerpo y sus cabellos) y no permiten que se movilicen con total libertad.
Tal como ocurre con los regímenes totalitarios como Corea del Norte, Cuba o la cada vez más autoritaria Rusia, el totalitarismo islamista de los talibanes se ocupa de conducir a su sociedad al pasado (en este caso a una visión fundamentalista y medieval del islam) en lugar de resolver los problemas graves de los afganos que, según la ONU, causan que más de un millón de niños malnutridos estén al borde de la muerte y que familias vendan a sus hijos y partes del cuerpo para conseguir comida.
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