Los desembarques de anchoveta correspondientes a la primera temporada de pesca industrial (...) ya alcanzaban el 95% de la cuota, señala el columnista.
Los desembarques de anchoveta correspondientes a la primera temporada de pesca industrial (...) ya alcanzaban el 95% de la cuota, señala el columnista.

Al cierre de esta columna, los desembarques de anchoveta correspondientes a la primera temporada de pesca industrial de la costa central y norte, cuya cuota asignada por Produce al amparo de la información técnica emitida por el Imarpe por 2′475,000 TM, ya alcanzaban el 95% de la cuota.

Una cifra casi 10 veces mayor a la captura de la primera temporada de 2023. La diferencia, obviamente, radica en la ausencia de El Niño Costero.

Esta cifra significa la supervivencia de la industria que, empezó a resucitar en la primavera de 2023 cuando El Niño Costero empezaba a perder intensidad y ahora, con las condiciones frías bien afincadas, las expectativas para 2024 son ciertamente alentadoras. Pensar en 5 millones de toneladas para este año es un escenario realista.

El Mar de Grau vuelve a mostrar su riqueza una vez más al normalizarse la cadena alimenticia que vive en él gracias a las particularidades de nuestro clima.

La circulación del aire que viene del sur producida por el Anticiclón –que temporalmente alejado, está trayendo tardes soleadas en casi toda la costa– viene acompañada de un mecanismo en nuestro mar llamado el transporte y la espiral de Ekman. El señor Ekman, allá por el siglo XIX, estudió y entendió el movimiento de las capas superiores del océano en función del viento que sopla sobre él.

En la costa del Perú este mecanismo –que no necesito explicar– favorece lo que conocemos como afloramiento costero; el cual no es otra cosa que el ascenso de aguas frías profundas (pues no les llega la radiación solar) hacia las capas superficiales. Eso se produce además por el sentido Este-Oeste de la rotación de la Tierra. Algo que llamamos efecto Coriolis. También descubierto en el siglo XIX por el señor Coriolis.

Lo que descubrimos nosotros en el siglo XX es que nutrientes microscópicos llamados Zooplankton y Fitoplankton sirven de alimento a los grandes cardúmenes de pequeños peces como nuestra Engraulis ringens; denominada así biológicamente, también en el siglo XIX. Es nuestra anchoveta. La madre de la gran industria de harinas proteicas orgánicas marinas de las que el Perú se precia desde hace décadas de ser la primera potencia mundial.

La cadena alimenticia está ahora en plena actividad y la vida florece en el Mar de Grau y sobre él. Recalco esto último, pues hubo un tiempo, también en el siglo XIX, en que éramos los mayores productores de abono orgánico de origen aviar (el guano) gracias a la espléndida población de aves de nuestro pequeño territorio insular. Producción que terminamos de devastar al inicio de la segunda mitad del siglo XX cuando optamos por pescar industrialmente. Cosa que venimos haciendo de modo ejemplarmente sostenible, por cierto