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Nuevos candidatos, antiguos partidos
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La grave crisis que padecemos por el COVID-19 –que parece estar lentamente decreciendo– ha tenido un gran costo social y económico. Aunque, como nos enseña la historia en otros países, también de manera coincidente, se han generado nuevas exigencias. Una es el requerimiento de un mayor impulso a la innovación como respuesta a la grave situación y sus consecuencias. Las crisis y nuevas oportunidades corren parejas.
Sin embargo, la crisis política expresada en las debilidades del Estado y deficiencias del actual régimen político ya se percibían con anterioridad a la pandemia. Así como la informalidad, la pobreza y desigualdad que anidan al interior de modelos económicos que empiezan a ser reformados a nivel mundial. Tampoco debemos olvidar, salvo excepciones, el poco entusiasmo de la población en los partidos, sus líderes y representantes en el Congreso.
Asombra la pasividad con que se acepta que nuevos candidatos, que no figuran en las encuestas, se presenten como “materia dispuesta” para aceptar que algún vientre de alquiler se anime a proponerlos como sus postulantes. Y así superar la valla electoral. Esto se explicaría por el desdén mostrado por los electores en elegir como candidato presidencial a algunos de los líderes y jefes de los partidos ya conocidos.
La crisis de la política se expresa desnudamente ante la exigencia de que salgan “caras nuevas”, preferentemente sin militancia partidaria. Cosa rara que en nuestro país se presenta como una ventaja para tener éxito en la política. Singularidad que no se encuentra en los otros países de la región, que nos habla de la debilidad estructural del sistema de partidos y que, junto con la corrupción todavía campante, exige ya la reacción ciudadana.
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