Reza el dicho: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. La verdad de las cosas es que la economía peruana ya está en la última línea de resistencia.

La otrora solidez económica que se conducía por cuerdas separadas de la política hoy se resquebraja ante la caída de la inversión privada, el aumento del déficit y el deterioro de casi todo indicador económico y social, debido al asalto de una clase política inepta y corrompida, que ha tomado las riendas del Ejecutivo y Legislativo en una putrefacta alianza de supervivencia e impunidad.

Construir una escultura de mármol puede tomar años, pero basta el empujón de un borracho despistado para que aquella obra se haga añicos en segundos. Lo mismo ocurre con las economías de los países. Cuesta años de trabajo y enorme sacrificio hacerlas sólidas y prósperas, pero basta con unos pocos años de ineptitud, irresponsabilidad o aplicación de políticas equivocadas para que todo lo hecho se despedace.

La falta de convicción de los políticos, la timidez en la promoción de inversiones, la renuncia a la aplicación de las reformas de segunda generación, la renuencia de incluir a los peruanos en la formalidad y a extender la economía popular de mercado por todo el territorio nacional; todo ello fue debilitando los sólidos fundamentos de nuestra economía, creando las condiciones propicias para la llegada de estos últimos ocho años de inestabilidad política.

El empujón definitivo llegó con Perú Libre, en sus dos fases: el incapaz, golpista y presunto ladrón Pedro Castillo, primero, y la frívola, obstruccionista de la justicia e igualmente incapaz Dina Boluarte. En esta segunda etapa, apoyada por el Cártel del Congreso, que le da estabilidad política para que destruya el Perú a cambio de impunidad y defender sus privilegios.

Confío que los peruanos, mediante el ejercicio responsable del voto, pondrán fin a este periodo ignominioso de la política nacional y un cambio profundo y radical llegará. Ese cambio, necesariamente, tiene que ser hacia un proyecto de vida en común, con inversión, con un Estado eficiente y presente donde sea requerido, con crecimiento económico con inclusión y una economía popular de mercado sin privilegios, basada en el mérito y sacrificio.

Ello demandará de quien asuma las riendas del gobierno una idea clara del proyecto de país a proponer, así como un amplio conocimiento del territorio y realidad nacional, pero, sobre todo, del empuje y vitalidad para ponerse al frente de los grandes desafíos, tanto en el campo económico como el de la seguridad ciudadana.

Un gobierno de campo, de pueblo por pueblo, destrabando los proyectos y resolviendo los problemas acumulados por años de indolencia e ineptitud. Un gobierno de mangas remangadas y botines sobre la tierra. Un gobierno con determinación y autoridad moral para encabezar la lucha contra el flagelo de la corrupción e inseguridad ciudadana.

Para resolver los problemas del Perú de hoy, no hay atajo al trabajo.

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