notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Jaime Bayly,Un hombre en la lunahttps://goo.gl/jeHNR

Pero el dueño del canal le ha ofrecido las ocho de la noche a una veterana animadora dominicana, que se encuentra retirada hace un par de años, desde que fuera despedida injustamente de otro canal. La animadora ha aceptado la oferta tan tentadora de volver a la televisión, a condición de que, y esto se lo ha hecho saber en tono imperativo a los delicados publicistas que la representan, le den el horario de las diez de la noche, pues ella siente que una animadora de su talla, de su talento, de su larga carrera, no merece el agravio de salir a las ocho de la noche, ella siente que lo justo es que le asignen el horario de las diez de la noche, que considera más estelar, más acorde con su condición de estrella del firmamento caribeño, de reina y señora de la isla de la Española, donde hace un número impreciso de años fue una bomba erótica y una presencia hechicera en las pantallas todavía en blanco y negro de esa isla abrasadora. El dueño del canal está sometido a dos presiones que procura dominar con aplomo: el cubano quiere pasar de las siete a las ocho de la noche y la dominicana no quiere las ocho de la noche y exige las diez. Por eso el dueño pide amablemente a uno de sus gerentes que consulte al obeso periodista peruano que tiene un programa de opinión que se emite a las diez de la noche si estaría dispuesto a ceder su horario, el horario que ocupa hace años en ese canal, para permitir la entrada de la vocinglera animadora dominicana y bajar al horario de las ocho de la noche, que el dueño del canal no quiere entregar al anciano animador cubano, a quien considera en su horario correcto, las siete de la tarde, allí debe quedarse aunque no le guste y proteste y monte líos en la cafetería del canal amenazando con renunciar si no le dan las ocho y lo continúan humillando con las siete. El ventrudo periodista peruano reacciona con histeria de vedette cuando el gerente le propone mudarse de las diez a las ocho de la noche. Se niega rotundamente, levanta la voz, dice que se siente traicionado, que su horario natural, histórico (usa esa palabra, "histórico"), es el de las diez de la noche, y que le parece una conspiración insidiosa, montada por la animadora dominicana y su corte de publicistas, que pretendan guillotinarlo a él, una estrella del canal, a las diez de la noche, y bajarlo en forma denigrante a las ocho de la noche. Gritando como un papagayo, el adiposo periodista peruano alega que la animadora dominicana es una señora con incipiente demencia senil y que es una falta de respeto que dicha señora se niegue a aceptar con la debida humildad el horario disponible, las ocho de la noche, y pretenda darle un golpe ponzoñoso, quitándole su horario acostumbrado de las diez de la noche. Ante la insistencia del gerente, el peruano dice en tono acalorado que si le exigen bajarse a las ocho de la noche, prefiere la renuncia, el retiro, la jubilación digna antes que esa humillación. Así las cosas, el dueño del canal le pide al animador chileno de las nueve de la noche que por favor se baje a las ocho para que le ceda su horario a la inquieta y pretenciosa bomba sexy otoñal del Caribe, quien, enterada de que el peruano no resigna su horario, ahora exige las nueve de la noche y se niega en redondo a firmar para salir a las ocho, antes que salir a las ocho me quedo en mi casa, es una cuestión de dignidad, alega la diva, y luego sentencia: ¡las nueve de la noche o nada! El animador chileno no quiere cambiar de horario, es una contratación reciente del canal, está comenzando a reunir a un público leal, sus números de audiencia son todavía algo precarios, por eso alega que sería mejor que la dominicana entrase a las ocho y a él, que es un profesional, un caballero, un todo terreno, alguien que se ha jugado por el canal, lo respetasen en el horario de las nueve, que ya es el suyo hace meses. Pero el dueño del canal le pide por favor que le haga esa concesión y se baje a las ocho para halagar a la antigua bomba erótica caribeña, que entretanto va desempolvando sus pelucas y alistando sus delineadores y pintalabios. Finalmente, y como todo un buen tipo, el chileno se aviene a cambiar de horario de nueve a ocho de la noche. El dueño del canal le agradece ese gesto de solidaridad con el canal. Por fin la electrizante animadora dominicana firma el contrato y anuncia su regreso a la televisión y, en efecto, semanas después, regresa a la televisión. Nadie parece contento en ese canal. Por lo pronto, la maquilladora está contrariada porque ahora debe entrar a las once de la mañana, y no a las dos de la tarde, y todo por la misma plata, no es justo. El anciano animador cubano está que echa humo porque le han dado las ocho de la noche, su horario soñado, al chileno advenedizo y no a él, que lleva medio siglo chillando ante una cámara. El animador chileno, a su turno, está comprensiblemente mortificado porque, al bajar de horario, ha perdido a una parte sustancial de su audiencia. La hiperventilada animadora dominicana, que necesita horas para acomodarse las pelucas y graduar los tonos de la base y los polvos que encienden sus mejillas, se encuentra decepcionada porque sus índices de audiencia han sido bajos, incluso más bajos que los que marca el anciano cubano que se niega a retirarse a un geriátrico y sigue saliendo en televisión sin saber bien por qué o para qué, solo para no claudicar, para sentirse vivo, una razón o sinrazón que parece ser la misma que anima o espolea a la veterana animadora dominicana, que sale en televisión sin saber bien por qué o para qué, sin tener nada importante que decir, pero por la sencilla razón de que, si no sale, siente que está muerta, sin vida, destruida, desairada, humillada, porque su vida ha sido salir en televisión desde muy jovencita y ella no está dispuesta a que esa carrera de gloria y éxitos termine en forma bochornosa porque un gerente libidinoso la despidió para recortar costos hace años, qué se habrá creído el insolente. El obeso periodista peruano tampoco está contento, porque, rencoroso, no consigue perdonar la fallida conspiración que tramaron contra él la dominicana y su corte de publicistas y cada noche que maneja hacia el canal hierve de rabia pensando que quisieron desplazarlo de su horario "histórico" de las diez de la noche. Todos están descontentos en ese canal, todos están frustrados e infelices, todos quieren algo distinto de lo que tienen: el anciano cubano quiere salir a las ocho y no le hacen caso; el fogoso chileno quiere que lo pasen a las once porque a las ocho ha perdido a su público habitual de las nueve; la veterana dominicana quiere traer nuevos productores porque sus números de audiencia le dan espanto y taquicardia, ¿adónde se ha ido su público de toda la vida, por qué la han abandonado, no será que es porque no le dieron el horario que ella pidió, el de las diez de la noche?; y el obeso peruano, todavía resentido porque quisieron decapitarlo de su horario de siempre, quiere irse, despechado, a otro canal, incluso a otro país. El único que está contento en esa empresa de tantos egos inflamados es el cubano que trabaja afuera, en la puerta, como guardia de seguridad, y que no ve ninguno de los programas del canal y se siente bien y a gusto porque tiene trabajo y buena salud y porque su mujer lo espera en su casa con la comida caliente. Soy un hombre afortunado, piensa el guardia de seguridad, y mira la luna llena y agradece a Dios por darle una vida tranquila y feliz.