El muro de la realidad

"El Perú nunca estuvo preparado para recibir a los casi un millón de venezolanos que escapaban de la crisis humanitaria de su país, pero hizo lo que pudo".
(Foto: GEC)

Quien haya visitado Tumbes podrá ser feudatario de su situación. La infraestructura desfasada, la desorganización epiléptica y la pobreza latente, son algunas de las características que irradia la ciudad del eterno verano.

Los Manglares, su mayor atractivo turístico, plasman de cierta forma el descuido y falta de preparación de sus autoridades, donde la basura se ha convertido en la primera amenaza del ecosistema. Si a esto le añadimos los flujos ingentes de inmigrantes venezolanos que escapan de la dictadura fascista de Nicolás Maduro, Tumbes bien podría ser la inspiración para el trasunto de alguna ciudad apocalíptica.

Existe un momento donde hasta el más bienintencionado, como el presidente de la PCM, Salvador del Solar, choca contra el muro de la realidad.

El Perú nunca estuvo preparado para recibir a los casi un millón de venezolanos que escapaban de la crisis humanitaria de su país, pero hizo lo que pudo con la poca preparación y recursos que tuvo en el momento. El presidente Vizcarra fue abollado a críticas cuando aplicó el requisito de visado para los venezolanos, siendo los ataques de sus más fervientes defensores.

Las crisis humanitarias son, qué duda cabe, una desgracia y más aún para el ciudadano de a pie, que nada tiene que ver con los arrebatos seniles y oníricos de sus dirigentes. Solo falta tener un poco de empatía, y ponerse en los pies del prójimo, para asimilar la pena y sufrimiento por el que pasan.

Muchos politólogos y analistas alegaron que la entrada de venezolanos al país, a largo plazo, beneficiarían nuestra economía e impulsarían el dinamismo que se había perdido. No obstante, estas medidas lenitivas solo sirven en países con tejidos industriales desarrollados y bien diversificados, donde la población económicamente activa desarrolla su trabajo en el sector formal y donde se pueden recolectar los impuestos correspondientes.

El Perú, es triste decirlo, aún no es un país desarrollado, con empresas dinámicas y potentes, con industrias de valor añadido que sean nuestros principales motores de crecimiento y un país flexible para atender a nuestros nuevos residentes. Un país donde más del 60% de sus ciudadanos trabajan en la informalidad, una proporción reducida paga Impuesto a la Renta y donde hasta los servicios más básicos como la luz y el agua son inexistentes en algunas zonas, no puede absorber de manera adecuada a los afectados de la mayor crisis humanitaria del siglo XXI en América Latina.

No obstante, en otro universo, no son los venezolanos los que cruzan las fronteras en busca de un edén, sino los peruanos. Las fluctuaciones ideológicas y los terroristas de la palabra, caciques y fantoches que toman el control de las democracias proclamando ser sus salvadores, son la norma en América Latina. Es por ello que no debemos desistir en encontrar formas de paliar el problema de la inmigración venezolana a nuestro país.

Los países de la Comunidad Andina deberían trazar líneas de acción acerca de la crisis y a lo mejor establecer un sistema de cuotas. Las autoridades de nuestro país tendrían que desarrollar programas de acogida y colocación a lo ancho y largo de nuestra nación, pues Lima no puede permitirse la inyección masiva de nuevos pobladores.

Se podrá decir, con seguridad, que los venezolanos que se naturalicen peruanos estarán vacunados contra la mentira y podrán olfatear a las falseas deidades que el futuro nos depara. Pero todo aquello debe de estar acompañado de una visión de largo plazo y una preparación que esté a la altura de la realidad. No nos rindamos con nuestros amigos venezolanos.

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