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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Ayer decíamos que el fujimorismo es como la selección: sus hinchas no necesitan razones y su NSE es irrelevante; es tan fuerte en D y E como en Confiep. En la cabeza de sus fieles garantiza conservar lo poco o mucho que se tiene: por un lado la chamba, la salud, el táper con arroz; o por el otro el bono de fin de año, la cuenta en Delaware, el viaje de promoción a las islas Fiji.

El fujimorismo también se alinea bien con las expectativas de las personas que necesitan soluciones de corto plazo. Pero ahí se queda. Irónicamente, una de las frases hechas que utilizan es "Juntos hacia el futuro".

Pero ¿cómo es el futuro al que aspira el fujimorismo? Si nos guiamos por los aliados que escoge, veremos que valores como la consecuencia, la tolerancia, la solidaridad y principios como la laicidad del Estado o la igualdad ante la ley (entre otros) no son tan importantes. Y es que la construcción de ciudadanía y el juego de las sillas musicales de suma cero –sentido común sobre el que se asienta buena parte del fujimorismo– son antagónicos.

El fujimorismo es una manera de abordar la realidad: el pragmatismo se impone porque en una sociedad que sigue creyendo que ser gay es estar enfermo o defectuoso, eso de los valores posmaterialistas no vende bien.

De ahí a la mano dura hay un paso: si quieres enseñarle a comer con cubiertos a un mono no le das un manual de Carreño, le das plátanos y choques eléctricos.

El fujimorismo es inextirpable porque las vacaciones en París o el kilo de arroz siguen siendo más potentes –aunque sea como posibilidad– que la vida de un niño de 8 años asesinado a balazos en una pollada.