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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Lo que muchos sospechábamos ha sido confirmado por Marcelo Odebrecht: la firma del brasileño le entregó US$3 millones a Ollanta Humala para su campaña por instrucción expresa de Antonio Palocci, detenido desde el 2016 por estar involucrado en el caso Lava Jato.

Cabe recordar que Palocci fue un cercano asesor de la desaforada presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, durante la primera mitad del 2011 y es un conocido y viejo operador del partido de Lula.

Con Humala ya son 4 los ex presidentes investigados, procesados o condenados por hechos de corrupción presuntamente perpetrados por ellos o durante sus respectivos gobiernos. Por supuesto, no se trata de una coincidencia; basta mirar a los gobiernos regionales y municipales para comprobar la confirmación de una tendencia preocupante no tanto porque los ciudadanos seamos una manga de sonsos que escogen corruptos una y otra vez, sino porque, en realidad, nadie puede ser tan tonto.

Esto último significa o que la corrupción no nos interesa porque ya percibimos metástasis y todo nos da igual o, peor, porque hemos terminado aceptando a la corrupción pues ya es parte de nuestra cotidianidad y no solo la toleramos, sino que hasta la vemos con comprensión: ven a mi casa esta Navidad.

No nos sentimos incómodos a su alrededor. Uno se encuentra con corruptos comprobados y algunos que salieron por tecnicismos del tipo "sí, es su voz, sí está coimeando, pero las pruebas no sirven porque fueron obtenidas de manera ilícita" y los saludamos como si no fueran esos que le robaron al país y en particular a los peruanos más pobres y necesitados.

Una sociedad que acepta al matón, al ladrón, al corrupto o incluso al asesino y los acoge sin problema, pero que se escandaliza porque dos hombres van de la mano por la calle, es una sociedad muy enferma.