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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Unas 300 mil mujeres abortan cada año. Desde junio del 2005, cuando Colombia borró cinco goles a cero la pretensión peruana de ir al Mundial de Alemania 2006 y se aprobara la ley de matrimonio homosexual en España, ha abortado un número de mujeres equivalente al 10% de la población del Perú. Como la mitad de los peruanos son mujeres, tenemos que, en esos 10 años, un número parecido al 20% de todas las mujeres del Perú se practicó un aborto.

Solo cuando contabilizan como católicos a los niños y bebés bautizados como tales sin su consentimiento expreso, las cifras le son algo agradable a la Iglesia Católica. O cuando sus miembros cobran sueldos que pagamos todos con nuestros impuestos, claro. Por eso, cuando el cardenal Cipriani dice que "el Perú está en contra del aborto", yo pienso en esos 3 millones de mujeres que abortaron en los últimos 10 años en las condiciones más espantosas y lo dudo. Y de paso le recuerdo que los niños que fueron obligados a marchar "por la vida" estuvieron lejos de sumar el medio millón. Si acaso, 50 mil, y esto es. La Iglesia y las cifras nunca se han llevado muy bien y por eso necesitaron un banco como el Ambrosiano.

En línea con Cipriani, el congresista Juan Carlos Eguren, del PPC, dijo una serie de barbaridades que parecían tener como fuente un libro del año 1700. Eguren se opone a que las mujeres violadas decidan, ellas mismas, si quieren o no llevar a término el embarazo causado por tal violación. La señora Martha Chávez (sí, la misma de autotorturas, autosecuestros y cafecitos en el sótano del Pentagonito) también hizo votos para obligar a todas las mujeres que quedaron embarazadas tras ser violadas a que carguen la afrenta y el recordatorio del terror 9 meses "porque hay que defender la vida". Autotortura, pues.