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El lugar de los Skates viejos

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Fecha Actualización
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Ha cambiado de skate. Me muestra la tabla con dibujos y colores intensos. "El que traje la semana pasada se rompió", me muestra una imagen en su smartphone, "pero compré este con mi dinero". Me lo entrega con cuidado. "Es ligero", le digo. Asiente y explica que existen distintos pesos y tamaños, cada uno para una actividad específica. Luego me habla de cuánto se parecen y difieren los movimientos que controlan una snowboard, una tabla y el skate. Pienso que las clases de Física deberían estar más relacionadas a las experiencias que apasionan a los chicos. Me cuenta que se le ha ocurrido conservar la tabla siniestrada, y en el aire hace el esquema de una repisa de la cual piensa colgarla, en una de las paredes de su cuarto. "Así pienso ir usándolas como recuerdos y decoración", reflexiona. "¿Sabes? Antes, cuando un skate se quiñaba, lo destrozaba, como que ya quería pasar a otra cosa y era una forma de presionar a mi vieja para que me comprara otro", me dice con una sonrisa, entre cómplice y culposa. Así se avanza, pienso, y lo comentamos largamente. Cambian las maneras en que usamos las experiencias y los objetos que las sustentan. Podemos tratar de destruirlos, de deshacernos de ellos y llenar el hueco que dejan con otros. O entendemos que han cumplido un ciclo, que ya no los podemos seguir usando o teniendo, pero les hacemos un lugar en nuestra historia, una historia que podemos visitar, que es posible integrar y relatar, que coexiste de alguna manera con lo nuevo. Uno no necesita alejarse demasiado de lo cotidiano para hallar metáforas poderosas. Y si se escucha con cuidado, aprender y enseñar caminan juntos.