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Redacción PERÚ21

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Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y LetrasEscritor

Fue un final de película y una verdadera sorpresa para el ganador del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa 2014, el español Juan Bonilla, quien se mostró desconcertado cuando el presidente del jurado anunció su nombre. No era para menos. La decisión resultaba muy difícil. La novela de su compatriota Rafael Chirbes, En la orilla, parecía la favorita, dada la acogida unánime que ha tenido en España. Por su parte, con Las reputaciones el colombiano Juan Gabriel Vásquez ratificaba su dominio del género y no faltaba quienes pensaban que iba a obtener el galardón. Sin embargo, el fallo del jurado, por mayoría –lo que revela lo ajustado de la elección–, se inclinó por la obra de Bonilla. Y, si bien cada una de las novelas finalistas poseía méritos más que suficientes, no hay duda de que Prohibido entrar sin pantalones contaba una historia fascinante: las aventuras y desventuras de Vladimir Maiakovski, el poeta soviético que consumió su vida poseído por un extraño fulgor.

Lo mejor de todo es que los organizadores del evento, la Cátedra Vargas Llosa y otras instituciones españolas y peruanas, entre estas la Universidad de Ingeniería y Tecnología, han reiterado su deseo de convocar el concurso cada dos años y de realizar, con motivo de la entrega del premio, un encuentro literario como el que acaba de concluir. Durante cuatro días, más de treinta escritores latinoamericanos y españoles han debatido sobre un amplio temario, ante un numeroso público que acudió a las sedes de ocho universidades locales, así como al Museo de Arte Contemporáneo y el Gran Teatro Nacional. Han sido en total doce mesas redondas, con lúcidos y apasionados intercambios de ideas que han permitido, sobre todo a los estudiantes, calibrar de cerca la experiencia literaria. No recordamos otro evento de semejante envergadura, capaz de llegar a una audiencia diseminada por tantos puntos de la ciudad.

Desde luego, el éxito del encuentro se debe, en gran parte, a la activa participación de nuestro Premio Nobel, quien se prodigó con un entusiasmo y generosidad formidables en vísperas de su 78 aniversario. Sin duda, cuando puso el premio –una escultura de Szyszlo y la suma de cien mil dólares– en manos de un emocionado Juan Bonilla, debió de recordar aquel día de hace casi medio siglo en que recibió en Caracas el Rómulo Gallegos por La casa verde. En ese entonces, Vargas Llosa tenía apenas treinta años, pero también una fe inquebrantable en su vocación de escritor. "La literatura es fuego", aseguró en su discurso, frase que ningún joven letraherido olvidaría jamás.