(EFE)
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Hay dos frentes especialmente peligrosos en este momento de la pandemia. Por un lado, los negacionistas optimistas, que parecen convencidos de que actuar como si no hubiese un virus hace que la amenaza desaparezca. Están incluso los que creen que hay que aprovechar antes de que llegue la segunda ola, como si hubiésemos salido de la primera. A ellos habría que decirles que la ausencia de titulares no significa que estemos a salvo.

El segundo frente, que gana cada vez más fuerza, es el de los charlatanes, la pseudociencia y los que lucran del miedo. A las teorías sobre que el 5G esparce el virus y los convencidos de que el COVID fue implantado para vendernos vacunas, se suman hoy los promotores del CDS o dióxido de cloro, una suerte de lejía gourmet, que prometen puede curar el COVID.

Por si aún hay dudas: no solo no hay ninguna evidencia de que el CDS ayude en el tratamiento contra el virus, sino que, al ser básicamente lejía diluida, existen múltiples riesgos asociados a su consumo. No hay ninguna teoría real, basada en evidencia, bajo la cual el CDS podría ser efectivo contra el coronavirus, ni contra el cáncer, el autismo o el Parkinson, lo que sus promotores han sostenido en los últimos años. No es que los grandes y oscuros intereses farmacéuticos hayan iniciado una campaña de desprestigio contra el dióxido de cloro, sino que genuinamente es una estafa. En este contexto, debería ser considerado delito contra la salud pública que congresistas hayan pretendido dar pantalla a los seudocientíficos y charlatanes que están detrás de esto en el país.

Necesitamos recordar que existen profesionales de la salud con una vida dedicada a comprender los virus que invaden nuestros cuerpos. Es a ellos a quienes tenemos que escuchar, no a los farsantes que balbucean sobre una inexistente conspiración internacional y que creen que un vaso de lejía cara nos va a salvar del COVID.