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¿Cuándo comenzamos a leer con profundidad? Me refiero a esa lectura concentrada, que va avanzando sostenidamente, comprimiendo o estirando el tiempo, mientras en el escenario de la mente se desentrañan misterios, la lógica embosca a la emoción, o viceversa. Es probable que algo tenga que ver el nacimiento de la novela. ¿Hay otra manera de leer el Quijote que no sea con atención pertinaz y curiosa, flexible y rigurosa? Antes, la mayor parte de las lecturas eran en modo choque y fuga, a la manera de un merodeador que se apodera de una parte de un escrito y puede volver a él en numerosas ocasiones, como ocurre con las lecturas religiosas. Y, al parecer, es esa forma la que ha regresado en el mundo digital. La lectura en pantalla es saltarina, oportunista, impredecible en su curso y secuencia. Además, la posibilidad permanente de cambiar de ruta y tema produce una suerte de hiperactividad e impaciencia que se traduce en distractibilidad y menor capacidad de retención y comprensión de lectura. El otro día, un adolescente me dijo: "No puedo dejar de pensar, cuando estoy leyendo en Internet, en lo que me puedo estar perdiendo a un click de distancia". Es posible que nuevas formas de lectura se estén gestando mientras nos quejamos del paraíso perdido del texto impreso. Los pequeños libros portátiles que nacieron en Venecia en los últimos años del siglo XV permitieron que las personas pudieran desarrollar una relación íntima con un relato a la sombra de un árbol o en la soledad de una habitación. Quizá facilitaron la invención de la novela y la lectura profunda.
Mientras tanto, los amantes de la lectura debemos promoverla en todas sus formas —pantalla y papel—con nuestros hijos y alumnos.
Roberto Lernerhttp://blogs.educared.org/espaciodecrianza/
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