Pleno (Foto: GEC)
Pleno (Foto: GEC)

Antropólogos, encuestadores, analistas políticos, periodistas, autoridades y un sector de la ciudadanía no se cansan de intentar explicar “la sorpresa” detrás de la votación que obtuvieron fuerzas políticas como el Frepap y Unión por el Perú. Qué poco hemos aprendido los peruanos de nosotros mismos.

Nadie en Lima, y ese nadie es absolutamente relativo, vio venir el tsunami Cambio 90 con un ingeniero que vendía honradez , tecnología y trabajo en su momento. Treinta años después seguimos buscando una alternativa a lo tradicional, entiéndase gastado, corrupto, ineficiente, antipático, “más de lo mismo”.

Vamos, que nadie puede negar los buenos resultados de las medidas económicas que se tomaron en los noventa: privatizaciones, apertura de fronteras, promoción de la inversión privada. Pero, vamos, no se hizo nada contra otros males endémicos como la informalidad, la calidad de la educación pública y la lucha anticorrupción.

El propio fujimorismo (que hasta ahora nadie sabe decirnos qué es en términos ideológicos y/o programáticos) se autoaniquiló en 2016 cuando tuvo la oportunidad histórica de practicar una oposición constructiva frente a un PPK sin partido y agobiado por las investigaciones fiscales en su contra. Pasemos la página.

Si este Congreso es peor que el que tuvimos es porque así votamos. Es una prioridad mejorar la reglas de juego con miras a la elección del bicentenario, y los parlamentarios electos deberían entenderlo. Son un Congreso bisagra y de su desempeño depende la cosecha que recogerán en abril de 2021. Las sorpresas se habrán convertido en conocidos y el electorado continuará reclamando una opción que sepa mantener el orden en casa y promover el desarrollo sin meterse al bolsillo nuestros impuestos. En pocas palabras: mejorar nuestra calidad de vida. Que así sea.

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