(Foto: Congreso)
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Recién destapado el escándalo de corrupción en las obras de reconstrucción con cambios, con detenciones de por medio, un envalentonado Guillermo Bermejo salió a intentar desmarcarse de sus asesores, que cayeron en este operativo del Equipo Especial del Ministerio Público. Con la agresividad y el cinismo a que nos tiene acostumbrados, el congresista radical negó todos los cargos.

Como suele suceder en estas investigaciones, los involucrados que permanecen bajo arresto empiezan a hablar para salvar su pellejo, y no necesariamente porque se inventen hechos en su afán por ser excarcelados, como sostiene el congresista.

Un argumento falaz que Bermejo usó anteriormente, durante el primer juicio que se le siguió por sus presuntos vínculos con el grupo terrorista de los Quispe Palomino en el VRAEM, cuya extraña sentencia absolutoria fue luego anulada en diciembre pasado (el caso sigue abierto).

Como en dicha oportunidad, el exdirigente de Perú Libre ha salido con la monserga de que se trata de una persecución política –además de “mediática”, según él– y que los testimonios eran dudosos, ya que habrían sido obtenidos presionando a los testigos para que declararan en su contra.

Esta vez son dos los implicados en el caso Los Operadores de la Reconstrucción que se han acogido a la colaboración eficaz y cuyos testimonios coinciden en el hecho de haberle entregado a Bermejo, en su propia casa, 40 mil soles como parte de la coima que le habría correspondido por ciertas obras realizadas en el distrito de La Unión, en Piura. Y está también la confesión de uno de ellos, identificando al constructor de Junín que le entregó para su uso dos camionetas nuevas, una tras otra, y 100 mil soles a cambio de que el congresista consiguiera un decreto de urgencia para financiar obras de construcción.

En los próximos días será la fiscal de la Nación, Patricia Benavides, quien tendrá que iniciar una investigación contra el parlamentario y, llegado el momento, pedir la prisión, un lugar al que, según la cantidad de indicios acopiados, le tocaría entrar, al igual que su exjefe Pedro Castillo. Aunque Bermejo, es cierto, tiene una historia más compleja que la del hombre de Chota en cuanto a vínculos con la subversión. Después de todo, a ambos los une no solo la actitud golpista (imposible olvidar aquella infame frase que lanzó delante de sus partidarios en un mitin: “pelotudeces democráticas”), sino también el de la corrupción. Tal para cual.

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