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La política post-partidaria
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Puedo decir, sin exagerar, que cada día hay menos simpatizantes de partidos políticos. No me refiero exclusivamente a Perú, donde es una verdad de Perogrullo, sino a una tendencia mundial.
En Europa es una constatación, en Estados Unidos los independientes aumentan sin frenos y en América Latina, aunque la evidencia es mixta, flaquea la institucionalización de los sistemas de partidos. Los partidos van camino a ser organizaciones vaciadas de militantes.
Es una tendencia inevitable e irreformable; no hay reforma que la subsane, sinceramente. Estamos obligados a pensar en formas que mejoren la representación de las demandas ciudadanas, prescindiendo de los partidos. Volteemos la página. Forget parties.
Por estas razones, las agencias de promoción de la democracia yerran al disponer sus esfuerzos y recursos en el fortalecimiento de estos intermediadores; esto es: al confundir el medio (los partidos) con el fin (la representación política). Esta desorientación es compartida por influencers del debate público, desde consultores hasta académicos.
Por ejemplo, una de las propuestas de reforma política, le apuesta a las elecciones primarias como promesa de “acercamiento” de la ciudadanía a los partidos. Wishful thinking. Pensemos que Sebastián Piñera e Iván Duque, dos presidentes vecinos con problemas de gobernabilidad, fueron elegidos en primarias.
Dejemos a los partidos en suspenso y concentrémonos en cómo intermediaremos las demandas sociales. Reformar instituciones de representación en contextos de política post-partidaria, impone erigir dos pilares fundamentales, aunque no únicos.
El primero –insistiré hasta el cansancio– es el rediseño de distritos electorales con base en ejes de desarrollo económico y social. Claro que para ello son necesarias otras reformas como, por ejemplo, nuevas fórmulas de distribución de escaños, incluyendo umbrales. Ojo Público halló que el 23% de distritos del país, concentró sus apoyos en partidos que no pasaron la valla electoral. Así, estos votos quedaron sin representación.
El segundo pilar fundamental para reformar, en un contexto agreste como el actual, es recurrir a un empleo más apuntalado de mecanismos de democracia directa. La participación ciudadana directa en asuntos públicos, puesta al servicio de remediar una representación política enclenque.
Si los intermediarios (los partidos) fallan, no podemos dejar de involucrar a los ciudadanos en la toma de decisiones. Necesitamos más consultas ciudadanas –también las virtuales– para evitar que la desafección siga creciendo. Hasta ahora, ésta ha sido la real amenaza.
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