Bolivia. (EFE)
Bolivia. (EFE)

Después de tres semanas de revueltas y violentos desórdenes callejeros que se fueron extendiendo desde La Paz a distintos puntos del territorio boliviano, tanto en zonas urbanas como rurales, Evo Morales finalmente dejó la presidencia de Bolivia en medio de acusaciones de fraude y el rechazo general de la misma población que ayudó a auparlo al poder, con más del 50% de los votos, en las elecciones presidenciales de 2006.

Las piezas claves en la salida del otrora dirigente cocalero, además de la creciente violencia que se cebó principalmente en la familia y el entorno político presidencial –vejaciones públicas a familiares y autoridades identificadas con el gobernante–, fueron, qué duda cabe, la elegante “sugerencia” del general Williams Kaliman Romero, comandante de las Fuerzas Armadas, de que renuncie “por el bien de nuestra Bolivia” y, cómo no, el contundente informe de la OEA sobre el fraude electoral que Evo Morales puso en marcha y que presuntamente consagraba su tercera reelección: “El equipo auditor no puede validar los resultados de la presente elección, por lo que se recomienda otro proceso electoral. Cualquier futuro proceso deberá contar con nuevas autoridades electorales para poder llevar a cabo comicios confiables”.

Lo cierto es que con la salida de Morales se cierra un peligroso ciclo para el hermano país del Altiplano, ya que después de un modesto pero sostenido crecimiento económico durante los años en que los precios de los metales y el gas volaban alto –cualquier semejanza con nuestra realidad es pura coincidencia– esos cortos años dorados llegaron a su fin, y con las reservas yéndose a pique, ahora afronta un déficit fiscal que se ha desbocado hasta alcanzar un amenazante -8.3%. Estaba claro que Evo no ofrecía garantías de poder enfrentar el proceso de estabilización económica que la coyuntura demanda.

Y peor que no reconocer la gravedad de la situación económica fue pretender atornillarse en el sillón presidencial, que ya ocupaba por más de 13 años, a través de un fraude electoral clamoroso, denunciado por casi todas las fuerzas políticas que participaron en las elecciones.

Ahora Morales se ha refugiado en México y, apelando al Tratado de Caracas –el que garantiza el asilo político–, el Perú ha prestado facilidades para que un autócrata que se burló de la voluntad popular evite rendir cuentas en su país por el fraude que tramó.

Bolivia enfrenta hoy un insólito y peligroso vacío de poder y la violencia no se ha detenido ni con la renuncia de Morales. Cabe esperar que en las próximas horas la situación se estabilice y se encuentre una vía constitucional que asegure un retorno a la democracia y a la paz social.

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