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Reformas pendientes
“Necesitamos un Estado que sirva al ciudadano, no uno que busque medrar de su creatividad y trabajo”.
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Política. Sin un sistema de partidos sólido, estable, articulado, no hay forma de que el Perú pueda hacer frente a los retos que plantea el futuro. Digamos que la reforma del sistema de partidos es la primera y más importante que necesitamos. Sin esta, será casi imposible lograr los acuerdos necesarios para realizar otras reformas trascendentales. Dicha reforma, por cierto, requiere de técnicos que sepan cómo mejorar el sistema y sobre todo los incentivos (minimizando, además, los estímulos perversos), pero requiere sobre todo de líderes políticos comprometidos con un cambio. Es evidente que estamos en el peor momento para proponer una reforma seria, pero no por ello podemos dejarla de lado.
Institucional. Siendo los partidos políticos una reforma de instituciones, a fin de cuentas, existen muchas otras que requieren de una serie de ajustes importantes, empezando por el sistema de administración de justicia (que incluye al Poder Judicial, al Ministerio Público, la OCMA, entre otros). Sin una administración de justicia honesta, imparcial, previsible, respetada, no hay manera de cambiar la cultura cortoplacista y mañosa en la que vivimos.
Estado. Lamentablemente, desde que se entendió al Estado como un vehículo para hacer cuentas y ajustes ideológicos, más que como un facilitador de los objetivos personales de los ciudadanos, la estructura de este solo podía convertirse en el paquidermo que todos conocemos. Reformas existen, y han sido puestas con muy buenos resultados en otros países (Australia, Irlanda, Singapur, por citar algunos). Necesitamos un Estado que sirva al ciudadano, no uno que busque medrar de su creatividad y trabajo.
Tributaria. No existe una correlación entre los impuestos que pagamos y los servicios que recibimos. Hablo, por supuesto, en nombre de quienes pagamos impuestos. Si el Estado no entiende que esa relación es obvia para el contribuyente, y que este tiene claros los mecanismos para sacarle la vuelta al sistema (más aún con un Estado paquidérmico), pues entonces vamos muertos: por algo existe 75% de informalidad.
Laboral. Lo mismo: más allá de los buenos deseos, las relaciones laborales responden a las estructuras de producción y al mercado global. Si contratar y despedir es un problema, si los sobrecostos laborales son incongruentes, si la formalización es un riesgo más que un beneficio, pues es obvia la consecuencia. Y la sufren millones de personas todos los días.
Educativa. Si de estándares se trata, nuestro sistema educativo es uno de los peores del mundo. Años de políticas con tinte ideológico por encima de pedagógicas han logrado su objetivo. Esta reforma será la más difícil por eso: sería romper con una estructura sólida que trasciende lo sectorial y se convierte en un tema político. La pregunta es: ¿y los niños, los jóvenes y los trabajadores? ¿Cómo compiten con sus pares internacionales?
Sanitaria y pensiones. Ambas deben ser entendidas como parte del mismo sistema, solo que en diferentes ciclos. Niño, joven, adulto, adulto mayor, todos necesitan un sistema que los proteja ante eventualidades en la salud, y los costos que pueden ser inmanejables. Se requieren servicios de calidad en la atención médica, pero también seguros y un sistema de pensiones moderno, no perforado como el actual. Menuda tarea para cualquier gobierno.
Económica. Desde fines de los noventa, cuando se desvinculan los últimos reformadores (Camet, Du Bois, Abusada, entre otros), solo se ha realizado una reforma importante: los tratados de libre comercio (razón por la cual hoy tenemos sectores competitivos, como el agroindustrial o el metalmecánico). Después, poco o nada.
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