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Estrategia alterna

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Hace una semana, en “La innovación y sus necesidades”, sostuve que antes de embarcarnos –sin reservas– en el siempre deseado sueño del desarrollo y la innovación, pues debíamos cubrir algunas necesidades mínimas que le den sentido a dicha apuesta. En resumen, que necesitamos de ciertas precondiciones para que las inversiones en dicha apuesta (organismos, laboratorios, becas y demás) tengan sentido.
¿A qué me refiero? En simple, a mejorar –por ejemplo– nuestra protección de la propiedad intelectual, mejorar nuestro sistema de investigación y desarrollo (escuelas, universidades, centros tecnológicos, laboratorios, producción de prototipos, entre otros), facilitar el registro de patentes, la nacionalización de investigadores y el retorno de investigadores peruanos en el extranjero, y así. En corto: mejorar el ecosistema de innovación, cumpliendo primero con las condiciones básicas y necesarias.
Ante ello, más de uno se preguntará: ¿qué hacemos entonces? ¿Nada? ¿Perdemos el tiempo y dejamos pasar la oportunidad de avanzar en el sueño global? Por supuesto que no. Una cosa es proponer revisar los aspectos básicos y cumplir con ciertas premisas antes de correr, y otra muy distinta es no hacer nada. Pero peor sería, en todo caso, seguir metiendo recursos a un sistema agrietado, del que se benefician algunos inescrupulosos, otros populistas y muchos politiqueros.
Para empezar, podríamos justamente encomendar la revisión de las necesidades a una institución de alcance global o a un grupo de expertos con experiencia en dichas megaproducciones. Creer que la creación de una entidad, la contratación de alguien con un doctorado y proveer al mismo con ingentes recursos cumplirá el sueño, pues no es otra cosa que una fantasía (una, además, multimillonaria). Es necesario crear un ecosistema, dotarlo de infraestructura legal, física y humana, así como de generar los incentivos para que el mismo funcione.
En paralelo, podríamos avanzar en dos caminos utilizados en el pasado por otros países en nuestra actual condición. Por un lado, invitar a extranjeros y peruanos que viven en el extranjero a traer consigo sus ideas y propuestas, dotándoles aquí de una protección y proveyéndolos de herramientas para hacer sus ideas realidad. Es lo que hizo Inglaterra ad portas de la primera revolución industrial (y razón por la que migró la innovación de Holanda).
Por otro lado, podríamos promover la importación de tecnologías e ideas puestas ya en práctica en los países desarrollados (la adopción de tecnologías de segunda generación), con lo cual mejoraríamos tremendamente nuestra frontera tecnológica sin invertir (ni competir) en la frontera (la cual es, por obvias razones, inmensamente más cara). En otras palabras: dado que no podemos competir en la frontera tecnológica (donde se encuentran las economías desarrolladas), pues nos podríamos beneficiar del efecto de desbordamiento (“spillover effects”), imitando –como hicieron Japón y China en su momento– más que innovando.
Imitar no es ni malo ni poca cosa. Para empezar, permite aprender cómo otros hicieron o resolvieron, de tal manera que se aprende (a través, por ejemplo, de la “ingeniería inversa”) y se van produciendo laboratorios y talleres de producción de baja escala. La imitación permite ir formando un capital físico e intelectual que soporte la innovación que la demande mañana.
Si, por un lado, vamos avanzando en cubrir las necesidades básicas de la innovación (mejorando algunos aspectos institucionales, así como en la parte de la infraestructura y las capacidades humanas) y, por el otro, vamos imitando, aprovechando el desarrollo tecnológico de las economías avanzadas (así sea con un leve retraso), pues estaríamos creando el escenario (o ecosistema, si prefieren) para que en el futuro podamos efectivamente innovar, aprovechar nuestra biodiversidad a plenitud, así como las ideas de los científicos y emprendedores peruanos.
Ambas estrategias tienen, como en todo, aspectos positivos y negativos; la diferencia es el prospecto a largo plazo: avanzar, como actualmente hacemos, de manera descoordinada y sin norte, solo beneficia a un grupo minúsculo de oportunistas; ir, sin embargo, cumpliendo con las necesidades básicas de largo plazo nos asegura un crecimiento sostenido y sólido. Puede que tome más tiempo, pero al menos estaremos seguros de que dará buenos resultados.
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