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La milonga de siempre
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Argentina entró al siglo XXI en medio de la tremenda recesión en que la dejó el segundo gobierno de Saúl Menem, líder peronista que privatizó importantes servicios y empresas del Estado y abrió la economía, pero en un mandato rodeado de acusaciones de corrupción. Al presidente que acababa de ser elegido, Fernando de la Rúa, de la Unión Cívica Radical, no le resultó difícil derrotar al oficialismo, con una propuesta que prometía sacar a sus compatriotas del hoyo en que se encontraban.
Dos años después, la receta salvadora había sumido al país en la peor crisis económica de su historia, generando, además del caos financiero, masivas protestas callejeras que poco a poco derivaron en violencia y saqueos generalizados. De la Rúa terminó renunciando y huyendo de la Casa Rosada en un helicóptero.
En 2003, el peronista Néstor Kirchner fue elegido primer mandatario de la nación. En las antípodas de Menem –su principal opositor y rival en las primarias del partido justicialista–, logró darle unos años de estabilidad a Argentina con políticas heterodoxas y no poco populismo, pese a haber suspendido el pago de la deuda externa y de ese modo haberse aislado de los principales circuitos financieros internacionales. Los argentinos se convirtieron en una anomalía económica, pero otra vez estaban en carrera. En 2007 llegó a la presidencia su esposa Cristina, con apoyo, desde luego, del kirchnerismo peronista, cuyo caudal político había aumentado significativamente en los últimos años.
Sin embargo, luego de dos mandatos, el populismo tocó fondo: el país se estancaba otra vez, mientras los escándalos de corrupción en el entorno presidencial se generalizaban. Las elecciones de 2015, quebrando la hegemonía peronista, las ganaría Mauricio Macri, un próspero empresario que ofreció modernizar la economía platense reinsertándola en los mercados internacionales y marcando claras distancias con el proteccionismo.
La historia, empero, se repitió. Macri no mejoró la gestión de su antecesora: deja el país con inflación y déficit fiscal en ascenso, una deuda externa descomunal y el recuerdo de un talante liberalizador que no pasó de meras reformas tributarias e insuficientes medidas en favor de la inversión privada, casi todas con nombre propio. El corolario, obvio: el peronismo está de vuelta en la Casa Rosada. Y el futuro argentino es otra vez una incógnita borgiana.
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