Parecería que el sillón presidencial estuviera maldito, porque aquel que llega a asumir la primera magistratura del país termina procesado por la justicia.
En esta condición se encuentran todos los presidentes de este milenio, desde Alberto Fujimori, que purgó cárcel 17 años, hasta el ahora sentenciado Alejandro Toledo, condenado a 20 años de prisión.
En la misma situación comprometida se encuentran también sus sucesores, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski, quienes inclusive ya tuvieron medidas restrictivas de su libertad y hoy están afrontando juicios, los cuales, probablemente, van a terminar en sentencias condenatorias por actos de corrupción.
Ayer, todo el país fue testigo de las declaraciones del exgerente de la firma brasileña Obrainsa, en el juicio oral que se lleva contra Martín Vizcarra en el marco del escándalo Lava Jato. Elard Tejeda declaró que entregó un millón de soles como coima al entonces gobernador de Moquegua por haberse adjudicado la obra Lomas de Ilo. Esto demuestra en qué nivel está la corrupción, que tiene manchados a los expresidentes del Perú.
Nadie se salva, porque hasta los que se autocalificaban adalides de la justicia y la lucha contra la corrupción resultaron ser otros corruptos más, que traicionan a la patria, embolsillándose millones por favorecer a empresas farsantes.
Vizcarra representaba para un sector del país un presidente “valiente” que se había enfrentado a la mafia en la política y termina siendo parte de esa desgracia. No son nuevas las denuncias que tiene por corrupción. Basta recordar las declaraciones de sus allegados, que hoy son colaboradores de la justicia.
La falta de moral y ética de los que se le acusó por haberse vacunado antes son solo parte de la degradación moral de un expresidente corrupto y que tendrá que responder ante la ley, al igual que Pedro Castillo y la propia presidenta Baluarte, que tiene también mucho que responder.