(Foto: Composición GEC)
(Foto: Composición GEC)

Sin duda hemos vivido una semana de duelo. La gran mayoría de peruanos estamos fastidiados, si es que no atemorizados, con los resultados de la primera vuelta electoral. Ni siquiera un tercio de los electores votó el domingo pasado por uno de los dos candidatos que han pasado a la segunda vuelta. Y en el ambiente de estos días se respira encono y desasosiego.

Dos semanas antes del día de las elecciones, analistas y politólogos advertían que este sería el proceso electoral más fragmentado de nuestra historia republicana. A ninguno le faltó razón, solo que ahora tendremos que añadirle la excesiva polarización que enfrentará al pueblo peruano.

Hoy mismo, ante la zozobra generada por la pandemia, el desempleo y la frustración por los resultados electorales, muchos ciudadanos afirman que votarán en blanco y hasta que optarán por el extremismo, como si castigándose a sí mismos castigaran al Estado que no ha sabido responder a sus más grandes necesidades.

Felizmente faltan siete semanas para el día en que iremos nuevamente a votar, tiempo suficiente para interpretar nuestra realidad e impedir que nuestras emociones se antepongan a nuestra inteligencia política y social.

El 6 de junio elegiremos entre una política pragmática, conservadora como ella misma se proclama, y un político oportunista al que sostiene un partido comunista que se autodefine marxista, leninista, mariateguista.

Una política que perdió un enorme caudal de voto popular porque después de haber ganado el Poder Legislativo en las elecciones anteriores no supo controlar la pica, la rabia y la pena que le dejó haber perdido el gobierno nacional, y que enfrenta una acusación fiscal por lavado de activos que aún no se materializa en proceso judicial. Y un político intransigente, nada dialogante, que cree en la violencia social, por lo que lideró en 2017 la facción del sindicato de maestros que maneja el Movadef, el brazo político de Sendero Luminoso, y cuya incapacidad de gestión es tal que trabaja hace 26 años en el mismo colegio rural sin haber logrado siquiera que su gobierno regional les ponga Internet a sus estudiantes.

Lo cierto es que está en juego la preservación de un concepto de vida donde se valora y respeta al individuo, donde cada uno de nosotros puede vigilar, denunciar, opinar libremente; la otra alternativa es convertimos en parte de un colectivo donde el Estado se siente autorizado a poner candados, a taparles la boca a los disidentes y decidir hasta lo que podemos consumir.

Pedro Castillo ha dicho que él no cambiará su discurso. Y su discurso es el mismo que repite el condenado por corrupción y dueño del partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, quien sostiene que “el mensaje que tiene que aprender la izquierda es que tiene que ir a quedarse en el poder y eso es lo que ha hecho en Venezuela. En la teoría del poder uno va a quedarse”.

Así las cosas, Keiko Fujimori tiene el deber de convocar a los líderes políticos que creen en la democracia y comprometerse firmemente, y a través de ellos con sus electores, a respetar los derechos civiles, la libertad de prensa, la continuidad democrática, la independencia del Tribunal Constitucional y la independencia de poderes.

La candidata de Fuerza Popular debe garantizarnos que no se perderá todo lo que las mujeres organizadas han conquistado hasta el momento en el Perú, el terreno que las minorías han logrado horadar, el espacio que la comunidad LGTBI ha ganado por encima del prejuicio, el machismo y la ignorancia en nuestro país.

Lo que los peruanos nos jugamos en esta segunda vuelta es, definitivamente, el futuro.