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Nos jugamos el 2021 hoy

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Que todos los políticos y empresarios –la clase dirigencial del país– son corruptos o, por lo menos, inmorales es una falsa generalización que promueven dos bandos, paradójicamente opuestos entre sí: los que quieren que nada cambie en el Perú y los que quieren que cambie todo, incluso lo que está bien y lo que es bueno.
Los que quieren que nada cambie juegan a que nadie puede tirar la primera piedra, porque todos están manchados, y por tanto se tiene que tolerar al menos algún grado de suciedad. Son los cínicos o, en la nomenclatura del maestro Jorge Basadre (en La promesa de la vida peruana), los podridos.
Los que quieren que cambie todo, en la otra orilla, juegan a tumbarse el edificio de la república, a destruir todo lo construido en los últimos 30 años con tanto esfuerzo. Continúan con la absurda cantaleta de cambiar la Constitución –especialmente su “régimen económico”–, la cual tildan de ilegítima sin un verdadero sustento filosófico, sociológico o jurídico (la validez de una Carta no depende de las reglas de la anterior; cada Constitución refunda el Estado).
Si todos están podridos, hay que eliminarlos a todos, razonar, y comenzar nuevamente desde cero. Son los fariseos –falsos moralistas– o hipócritas. Los Incendiados, según Basadre.
El reto que enfrenta el país hoy es no caer en ninguna de esas perversiones. Desterrar la corrupción sin destruir la institucionalidad. Continuar con las reformas judicial y política sin hacer tierra arrasada de lo que ya existe, sino mejorándolo. Mantener las condiciones para la inversión, el crecimiento, el desarrollo y el bienestar.
Si no logramos hacerlo, nos jugamos que la próxima elección general canalice la frustración ciudadana de la peor manera, y encumbre a candidatos que representan rupturas radicales, como ha sucedido en otros lados. Desde Antauros hasta Chibolines. A eso nos arriesgamos.
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