notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Hace pocos días, el presidente Ollanta Humala requería a los empresarios ponerse pilas, apostar por el país; invirtiendo, por supuesto. En palabras del mandatario, "un poco más y el gobierno les va a dar respiración boca a boca a los empresarios". La respuesta, por supuesto, no se hizo esperar; Martín Pérez, presidente de Confiep, sostuvo a las pocas horas que "en confianza e inversión no se trata de patriotismo, se trata de sentido común y de sensaciones. Si es que me va a ir bien, invierto; si es que creo que me va a ir mal, invierto más adelante".

No es mi interés reavivar el debate entre el mandatario y los empresarios, menos aún incentivar un incremento en la brecha de las percepciones entre ambos. A fin de cuentas, creo que ambos están –a su modo y en su lógica– defendiendo sus fueros: para el presidente Humala, los empresarios deben "apostar" por su país cuando el gobierno es favorable a los emprendimientos y, para los empresarios, la decisión de invertir o no es técnica y experta: por un lado, están los números y, por el otro (como bien señala Martín Pérez), las sensaciones (que se derivan de la experiencia). Para el presidente, entonces, las condiciones se encuentran presentes y, para los empresarios, el ambiente es aún riesgoso: la economía no da muestras claras de despegue, existen nubarrones en el horizonte respecto a la sostenibilidad fiscal y, sobre todo, un clima político muy enrarecido.

La inversión privada, les guste o no a algunos, ha sido el gran motor del crecimiento peruano en los últimos 15 años, llegando a representar en el 2013 casi 23% de nuestra producción total (PBI), una cifra gigantesca si la comparamos a nivel mundial (más alta que el promedio latinoamericano y de los países de la OCDE). En el 2014, lamentablemente, esa inversión se retrajo a niveles cercanos al 21.9%; para el 2015, algunas instituciones privadas calculan 19%. A fines del quinquenio anterior, la inversión privada crecía a tasas de hasta 20%; hoy podemos, incluso, decrecer. Estas cifras soportan las críticas de los analistas y las expectativas negativas de los empresarios.Si uno mira, no obstante, los valores absolutos, la figura cambia. La inversión privada no ha dejado de crecer desde la recuperación del ciclo económico a comienzos del 2003 (salvo por un leve bache en el 2009): de los US$34,500 millones del 2011, se calculan para el 2015 más de US$50,000 millones. A esto podemos sumar otras cifras de estabilidad macroeconómica (inflación, deuda, entre otros) y competitividad (FEM, DB, etc.) para mantener al mandatario tan positivo respecto a nuestro futuro.

Existe, indudablemente, un retroceso en la inversión privada: las expectativas no son las mismas, y los empresarios así lo entienden, aun si, en términos absolutos o indicadores, existen razones para ser más optimistas.

La misma diferencia podemos observarla, a un nivel micro, en las cifras del sector minero. Para el gobierno, durante este lustro, se han realizado inversiones por más de US$34,000 millones, un incremento sustancial si lo comparamos con anteriores gobiernos. El vaso medio lleno. Pero, para los analistas y empresarios, el vaso está medio vacío: del portafolio minero 2011-2016 (valorizado en cerca de US$60,000 millones), en efecto, se ha ejecutado el 22% y está en plazo más del 36%. No obstante, 32% del portafolio no se pondrá en marcha por razones externas a las empresas; léase, tramitología y conflictos sociales. Un 9% no saldrá por razones internas de las empresas (precios, financiamiento, etc.). Ese 32% es el valorizado por el IPE, en términos de PBI, en más de US$67,000 millones.

En resumen: nos fue muy bien, no nos va tan bien y nos podría ir mejor. ¿Por qué mejor no discutir cómo retornar a la tendencia anterior y aprovechar las oportunidades identificadas?