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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

En un extenso artículo publicado en El Comercio ("Empezar a desmitificar al elefante", viernes 5 de febrero), el ministro de Educación, Jaime Saavedra, nos conmina a debatir el tamaño del Estado sin tapujos ideológicos. Para ello, empieza analizando a los países desarrollados y cita ejemplos: Reino Unido, 45% de gasto público como parte del PBI; Suecia, 50%; Francia, 56%, y así. Luego nos dice que, evidentemente, el 18% del Estado peruano actual no es suficiente, y que tratar de hacerlo mejor con el mismo presupuesto es imposible. Luego cita la actual reforma educativa, dándonos a entender que en dicha esperanza debemos invertir más recursos, para finalizar invitándonos a un Estado "más grande que el actual y lo estrictamente necesario para que sea eficaz e igualador de oportunidades".

Le tengo mucho aprecio personal e intelectual al ministro Saavedra. Creo que es una persona buena, seria y honesta, además de un tecnócrata de primer nivel. Por ello es que me llama tanto la atención que en este debate, crucial para entender nuestras opciones en un futuro más competitivo, omita un dato fundamental. Dato que no es menor, por cierto.

Me explico: en la fórmula de cuál debe ser el Estado óptimo, el ministro Saavedra propone dos variables: recaudación como porcentaje del PBI (presión tributaria, si prefieren) y efectividad del gasto. Siendo la efectividad del gasto limitada, también por recursos, lo lógico es suponer que solo podemos mejorar la provisión de servicios vía mayor recaudación. Cierto, salvo por una pequeña omisión: nuestra presión tributaria real. Me vuelvo a explicar: el ministro cita correctamente nuestra presión tributaria como símil del tamaño del Estado, actualmente en 18%. Pero, ¿sobre qué parte de la economía se recauda ese 18%? No es sobre el 100% del PBI o de la PEA, como en el Reino Unido, Suecia o Francia. En el Perú, la informalidad es de 70% a 75% de la PEA y cerca del 50% del PBI. Entonces, para quienes sí tributan (que, según estudios de Contribuyentes por Respeto, no llegan al 2% de la PEA), ¿cuál es la verdadera presión tributaria? Hicimos el cálculo hace unos años con un colega economista, y nos salió cerca del 45%. En otras palabras: para quienes sí tributan el Estado es del tamaño de un país europeo, pero con provisiones subsaharianas.

Antes de saltar a conclusiones, hubiese sido ideal acabar con la discusión de la presión tributaria primero. Por ejemplo, ¿cómo eran esos países que hoy son desarrollados cuando eran subdesarrollados, como somos hoy nosotros? Un estudio publicado por The Economist hace unos años nos brinda una idea: en 1870, el promedio de 13 países desarrollados era 10%. Para 1920 pasó al 18% (o sea, nosotros en la actualidad); para 1960, 28%; para 1980, 44%, y para el 2000, 43%. La última medición, del 2009, era 47%. Esto nos deja dos hipótesis: la primera, que dichos estados se volvieron desarrollados a punta de mayor presión tributaria; la segunda, que se volvieron desarrollados en un complejo proceso donde la presión tributaria iba de la mano con la actividad económica, de tal manera que los incentivos a seguir invirtiendo no se perdían por la mayor tributación. Habrá otras hipótesis, seguro, pero estas dos explican adónde voy.

Otro punto importante a debatir es, como bien ha señalado el ministro Saavedra, la eficiencia del Estado. Y acá la omisión es mayor, porque buena parte de la explicación de la alta informalidad señalada arriba tiene que ver con la incongruencia entre lo ofrecido durante decenas (varias decenas) de años y los servicios que recibimos: una educación entre las peores (si es que no la peor) del mundo, un sistema sanitario que parece una burla, ni qué decir de la administración de justicia o de la calidad regulatoria, de la infraestructura y un largo etcétera. Entonces, volvernos a proponer "pongan más recursos que con eso mejorará todo" pues suena, en lo mínimo, una tomadura de pelo. Me da pena por los que sí quieren cambiar las cosas, como el ministro Saavedra, pero basta de esquilmar a los mismos contribuyentes vendiéndoles el cuento de una futura administración pública de calidad.

En mi opinión, acá quien tiene que cambiar y poner de su parte primero es el Estado: sean más eficientes, concéntrense en lo que pueden, dejen de comprar bienes y servicios que no necesitamos (y peor aún, bajo discutibles procesos de compra), y entonces, cuando algo haya cambiado, pídanles a los pocos que contribuyen que contribuyan más. Pedirles antes es pedir una revolución, una evasión masiva de capitalistas o la fuga de los más talentosos.

(director@peru21.com)