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Juan José García: De vacas y autos eléctricos

“Más daño le hacemos al ecosistema saciando nuestro amor por la carne”.

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Fecha Actualización
A raíz de los desastres naturales que han marcado este nada tranquilo año, he notado que muchas personas han empezado a exigir, con un fervor casi religioso, políticas concretas para combatir al presunto culpable: el cambio climático. Ante ello, como toda religión tiene sus herejes, en este artículo expondré evidencia que sugiere que el camino elegido para tratar el problema puede no ser el más efectivo.
Si bien la actividad humana juega un rol importante sobre el cambio climático, las formas sobre cómo incidimos no son tan obvias como parece.
Se suele creer, por ejemplo, que los automóviles, los camiones y los aviones aportan la proporción más significativa de gases de efecto invernadero, lo que explicaría en buena medida por qué la temperatura del planeta se incrementó en 0.4° durante los últimos 10 años (NASA). Así, bajo el paraguas de esta premisa, observamos una creciente demanda de autos eléctricos y la promoción de hábitos de movilización amigables con el medio ambiente. Sin embargo, resulta que no es poca la evidencia que nos señala que más daño le hacemos al ecosistema saciando nuestro amor por la carne que manejando un auto petrolero. ¿Cómo es esto posible?
Pues las vacas –y la mayoría de rumiantes– son tremendamente contaminantes. Sus exhalaciones, flatulencias, eructos y estiércol emiten una cantidad enorme de metano, gas que es 25 veces más potente que el dióxido de carbono emitido por los vehículos. De hecho, aunque usted no lo crea, los rumiantes del mundo generan 50% más gases de efecto invernadero que todo el sector transporte (Levitt, SuperFreakonomics).
Desgracias como el fenómeno de El Niño o el huracán Irma despiertan comprensiblemente nuestro interés por actuar. Sin embargo, toda acción política debe estar sustentada en la evidencia científica disponible. Dicho esto, le pregunto: ¿Dejaría usted de comer carne o preferiría comprar un auto eléctrico?
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