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La izquierda y su sombrero mágico
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Los militantes y afines de las ochocientos cuarenta y dos (hasta la hora del cierre de esta edición) facciones de la izquierda peruana reclaman, con cada vez más ímpetu que se aumenten los sueldos de los empleados públicos, que se haga más rígida la legislación laboral, que se invierta en infraestructura, que la educación debe recibir un shock de inversiones. Además, la agricultura está en crisis y las centrales gremiales están al borde de un constante patatús.
Las Bambas ya quedó trunco –había, Presidente, que tener un poquito de gracia– Tía María no va a ningún sitio. Ya sabemos que el señor Presidente tiene una posición clara al respecto y que la negocia con los mismos actores que lo amenazaban y que en plena Plaza de Armas de Arequipa lo fusilaban, mismo Felipe Santiago Salaverry, solo que en este caso el finadito era una piñata. Quellaveco ya está en riesgo y seguro después vendrá lo poco que queda.
Hay un problema que tiene la izquierda y que alguna vez se usó en un debate para las elecciones presidenciales francesas: ellos creen que tienen el monopolio del corazón. Creen que son mejores moralmente y que desde un púlpito pueden hacerse dueños de la pobreza de otros para llevar al país por los rumbos que estiman correctos. El problema es que nunca le han dado al blanco. Ningún país ha funcionado económicamente jamás bajo el socialismo.
Lo que ha habido han sido Estados de bienestar posteriores a grandes temporadas capitalistas en donde se ha repartido riqueza ya generada. Estados que hoy, dicho sea, van en retroceso porque se les acabó la plata.
Parte del problema es ese: el socialismo es una maravilla hasta que se le acaba al Estado la plata de los demás para seguir repartiéndola. Y sí, en Suecia la educación publica es fantástica, pero para eso existió antes Volvo. Yo quiero lo mismo que pide la izquierda. ¿Quién no lo querría? Solo tengo una duda. ¿Quién paga la cuentita?
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