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Indolencia imperdonable
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Es terrible que, incluso en estos días de fiesta, que la familia debería disfrutar en la paz de sus hogares, sobrevengan hechos que nos recuerden la alarmante indefensión en que se encuentra la ciudadanía ante la creciente inseguridad urbana y la cotidiana amenaza de violencia que pende sobre los peruanos, en especial sobre las mujeres.
Los nefastos sucesos de El Agustino vuelven a dejar al desnudo la lenidad de la Policía Nacional, personificada esta vez en un destacamento que tardó una eternidad en actuar, pese a los ruegos de los vecinos y a que la comisaría donde se encontraban los efectivos se ubicaba a menos de 160 metros de donde se estaba cometiendo un horrendo crimen, el acuchillamiento y posterior asesinato de una mujer y tres de sus cuatro menores hijos (uno de los pequeños logró escapar luego de “hacerse el muerto”).
Todo indica que las capacitaciones, las reorganizaciones internas y los distintos sistemas de alerta que se desarrollan, se siguen estrellando contra una realidad que de momento parece superar toda capacidad de previsión, al menos en distritos populosos, donde las poblaciones más vulnerables no reciben una atención adecuada de las fuerzas de seguridad y ni qué decir de apoyos alternos –puestos ya en la emergencia– como un eventual serenazgo que, en estas calles, también brilla por su ausencia.
Ni siquiera la rápida reacción de los vecinos, tanto quienes se apersonaron en la puerta de la vivienda, tocaron insistentemente y trataron a gritos de llamar la atención del agresor, como aquellos que corrieron a la comisaría a denunciar lo que estaba ocurriendo, cuando todavía se habría estado a tiempo de parar la matanza, pudieron impedir el fatal desenlace o hacer que los policías intervengan con celeridad, pues hasta la captura del asesino fue realizada por los propios moradores del barrio.
Que los efectivos policiales del lugar tuvieran que ser incluso desmentidos públicamente por los vecinos cuando se trataban de atribuir la detención del criminal ante la prensa solo añade mayor escarnio a lo que ya es una tragedia que ciertamente pesará sobre la conciencia de estos nefastos representantes de la autoridad que deshonran un uniforme que termina el año con el “honor” de su divisa algo más que mancillado.
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