Esta película tiene la fuerza para marcar un antes y un después de pensamientos y sentimientos por España y la América española. Este documental enaltece los prodigiosos mestizajes y traslados de culturas entre una y otra y engrandece los afectos por cada una de ellas.
En ese trance de la película, recordé a Rubén Darío cantándole a Hispanoamérica: “desde los remotos momentos de su vida vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, la América del gran Moctezuma, del Inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española (…)”. De esa América nos habla la película y del influjo, nunca visto antes, de cultura que explicó y explica la globalización de Occidente, que atravesó “las vértebras enormes de los Andes”. De esa América que tiembla de huracanes y “sueña, y ama y vibra; y es la hija del Sol”. De esa América que nos sienta y sentará a los hispanoamericanos como hermanos en cualquier mesa de cualquier parte del mundo.
Aunque tengamos éxitos y la película sea espléndida y justa en reconocerlos, hay pendientes serios y taras históricas de las que sobreponernos y liberarnos. Y para eso ha de triunfar la verdad de lo que fuimos y somos, aceptándonos como mestizos unos y como menos mestizos otros y saliendo de la tribu —siempre contentos— para continuar las mezclas de sangre y cultura.
La América hispánica fue y sigue siendo el mundo de lo posible. En el siglo XVI hubo indios con poder y europeos paupérrimos, Francisco de Atahualpa fue católico, los reyes de España sucedieron y se entrelazaron con los Incas para una continuidad pacífica. Isabel la Católica no quiso colonias sino reinos de armonía, cultura y fe, pidiéndonos que nos casáramos unos con otros. La Virgen de Guadalupe tiene rostro mestizo y aparece solamente 10 años después de la conquista. Ella ha sido y es de unos, de otros, de sus mezclas y de todos para siempre.
Hay una leyenda negra fabricada por los enemigos de España que retumba desde hace siglos. Neguémosla, no es verdadera, es sesgada y —a todas luces— peligrosa. Nos han contado mal la historia y nos la hemos creído. Y lo peor de todo, venimos negándonos a nosotros mismos porque repetimos la historia que contaron esos enemigos.
Todo lo contrario, somos la respuesta de cómo pasar a otra civilización sin borrar el legado de nadie y enriqueciéndonos. El paradigma español, al venir a América, fue promover el mestizaje. Eso hemos hecho. Hagámoslo siempre contándonos otra historia, la verdadera, la útil, la noble.