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Hay golpes en la vida
“El recuerdo bueno de las dictaduras viene de su populismo. El grueso de la gente olvida las persecuciones políticas y la pérdida de libertades para recordar obras y alivios de los apoyos sociales”.
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Declaramos la independencia sin saber muy bien para qué. En los primeros años (1821 - 1845) tuvimos 53 gobiernos (cinco meses y medio en promedio) y en los 200 años que llevamos ya hemos tenido 130 (un año y seis meses en promedio). Es verdad que entre ellos se cuenta a Tomás Gutiérrez, quien fue presidente cuatro días de julio de 1872, entre el golpe de Estado al presidente José Balta y su propio asesinato a cargo de una turba que lo cuelga de las torres de la catedral. También está Manuel Holguín quien, a la renuncia de Luis Sánchez Cerro, en marzo de 1931, preside una junta de notables por unas seis horas que elige como jefe de gobierno a Ricardo Leoncio Elías, quien a los cuatro días fue sustituido por Gustavo Jiménez, quien a los seis días fue sustituido por David Samanez Ocampo. En este siglo las cosas siguen igual. Manuel Merino fue presidente por cinco días en noviembre de 2020. Dejando de lado estas cortísimas duraciones, quedan 66 presidentes que llegaron a establecer gobierno, con lo que el promedio sube a tres años per cápita, pero sigue siendo ridículo. Además, la cifra oculta que una tercera parte salió antes de tiempo y otra buena parte se quedó más de la cuenta, en uno y otro caso por golpes de Estado. En resumen, hemos vivido entre gobiernos improvisados y dictaduras, sin tiempo para construir una república porque cuando parecía que ya lográbamos una democracia venía un golpe de Estado para interrumpirla.
No obstante, nuestra historia suaviza dictaduras recordando sus cosas buenas. Como no podía ser de otro modo, nuestro primer presidente nace de un golpe de Estado. Harto José de San Martín, renuncia a ser el protector de la patria y encarga el gobierno a una junta que preside José de la Mar. Contra él se levanta el ejército en 1823 e impone a Riva Agüero como presidente. Durará solo cuatro meses, hasta que el Congreso lo sustituye por Bernardo de la Torre Tagle. Pero en el entre tanto, profesionaliza el ejército, contrata el primer préstamo internacional con Inglaterra y organiza los contactos que traerían a Simón Bolívar para terminar la guerra. En 1854 Ramón Castilla da un golpe contra Rufino Echenique; de su gobierno se recuerda que elabora el primer presupuesto de la república (30 años después de la independencia), paga la deuda nacional e internacional, libera a los esclavos y deroga el tributo a los indígenas. Augusto Leguía gana las elecciones en 1919, pero, ante el riesgo de un fraude electoral, da un golpe de Estado contra sí mismo para confirmar su victoria. En su gobierno el país entra al capitalismo, incrementa la actividad financiera, promueve minas y haciendas, crea el Banco Central Hipotecario y celebra tratados para delimitar finalmente fronteras con Chile y Colombia.
Manuel Odría de derecha (1948 golpe contra José Luis Bustamante) y Juan Velasco de izquierda (1968 golpe contra Fernando Belaunde) se parecen en que, apoyados por sus esposas (María Delgado y Consuelo Gonzales Posada), sembraron lo que hoy son los programas sociales. Odría se dedicó a construir, Hechos y no Palabras, y de ahí salieron las grandes unidades vecinales, las grandes unidades escolares, sedes de ministerios e infraestructura de salud. Frente al pragmatismo de Odría, Velasco improvisó una ideología y ensayó una revolución, sus reformas fracasaron y destruyeron la economía, pero incorporaron a campesinos y trabajadores a la vida política. Odría concedió el voto a las mujeres y el impulso social de Velasco dio voto a los analfabetos en español en la Constitución de 1979. Fujimori también dio un golpe en 1992 y se viene decantando entre lo bueno y lo malo, pero esa es historia reciente.
El recuerdo bueno de las dictaduras viene de su populismo. El grueso de la gente olvida las persecuciones políticas y la pérdida de libertades para recordar obras y alivios de los apoyos sociales. Ahora los golpes de Estado difícilmente son exitosos. La economía global ha impuesto una institucionalidad internacional (Naciones Unidas, OEA, OCDE) que condiciona a los entornos nacionales para exigirles democracia. El riesgo es otro: que la democracia regale populismo para contentar a la platea y nos olvidemos que nuestra responsabilidad es construir la república pendiente.
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