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Redacción PERÚ21

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Jaime Bayly,Un hombre en la lunahttps://goo.gl/jeHNR

Alguien tiene que comerse los helados de lúcuma y pistacho, alguien tiene que comerse el salmón y el queso brie, alguien tiene que abrir la caja de bombones de chocolate a las cuatro de la mañana, no seré yo quien diga paso, me abstengo, me sacrifico, hago dieta. A mí no me vengan con dietas ni ridiculeces. Yo no soy modelo ni amiga de modelos ni me interesa la moda. Yo soy una señora y las señoras no seguimos la moda, las señoras dictamos la moda. A mí no me vengan con huachaferías de aspirantes a famosas que creen que una es su cuerpo y su ropa. Yo no soy mi cuerpo ni mi ropa, ¡qué falta de respeto! Yo soy una señora gorda que usa ropa vieja que era de mis tías y mis abuelas y se preserva en óptimo estado. Detesto ir de compras, detesto probarme ropa, nada me gusta más que ser una vieja tacaña y usar unos pantalones que se caen de gastados y mandar a ensancharlos a Violeta la costurera cada tanto. Ya no recuerdo mi talla, Viole tiene mis medidas y las actualiza cada seis meses y no me regaña ni nada. Todas las noches veo mis tetas caídas y mi panza llena de quesos y helados y sonrío encantada y pienso que este es el cuerpo que merezco, que me he ganado, y soy feliz siendo así, gordita, rolliza, apetitosa. Pero nadie me tiene apetito, ¡menos mal! Porque ya estoy retirada de esos afanes y esos trajines que al final del día solo te dejan amarguras, hija. Ya estoy muy tía para andar persiguiendo un machito encebollado que me monte alicorado. Ya tuve mi cuota de aventuras y ya no me provoca aguantar a ningún sinvergüenza pistolero, y soy feliz viviendo sola, durmiendo sola y, sobre todo, tragando sola. ¡Qué feliz soy a las tres, cuatro de la mañana, cuando me baja el Dormonid y me entra un ataque de hambre depredador! A esas horas camino calata por la casa y nadie me vigila ni me controla y puedo tragar como la gorda feliz que soy. ¡Qué momentos tan felices paso conmigo misma en la cocina, de madrugada, comiendo sin medida, atacando el salmón, el brie, los helados de lúcuma, los bombones de chocolate! Cada noche es una hambruna distinta y me sorprende con antojos raros, inéditos. Anoche, por ejemplo, le entré al queso fresco y no paré. Hay noches que me empujo tres Sublimes que me trajo mi hermana de Lima, y hay que ver qué rico bajan y cómo me llenan de nostalgia por el país del que soy oriunda y renegada. Hay noches que arranco con Doña Pepas y las remojo con Cocacolas y luego termino con unos chocolates vieneses que me trajo mi hermano que trabaja en JP Morgan con la cara de Wolf-gang Amadeus que me recuerdan que pude ser una genia precoz pero no tuve tiempo porque me dediqué al amor, ¡si seré idiota! Cómo me arrepiento de todo el tiempo que estuve infelizmente casada con el idiota de mi marido, que en paz descanse, sacrificándome como una boba por mis tres hijos que ahora son profesionales y no me llaman por teléfono ni siquiera por mi cumpleaños y creen que basta con mandarme un mail y ya cumplieron. ¡Cómo me arrepiento de haberme casado y haber postergado mis ambiciones de ser una cantante famosa para ser esposa y ama de casa! ¡Qué gran liberación fue cuando enviudé y mis hijos se graduaron de la universidad y dejaron de sangrarme como vampiros! Yo quiero mucho a mis tres hijos y espero que sean felices, pero los tres son unos egoístas de campeonato y me tienen abandonada y solo viven para ellos y no están dispuestos a tomarse un avión para venir a visitar a su viejita abandonada. Abandonada me tienen, ¡es la verdad! Pero abandonada y todo, soy feliz. Me quiero así como soy: gorda, vaga, borracha, pastillera, chismosa. Esa soy yo y no quiero cambiar y así moriré, y a mucha honra. Alejen de mí los brócolis y los espárragos, vengan a mí los quesos y los vinos y las mermeladas de higo y los chocolates. Yo no soy mi cuerpo ni mi ropa: yo soy mi apetito. Yo siempre tengo hambre y sed, siempre me puedo empujar un bocadito más, para qué te voy a mentir. Pero no me gusta la vida social, ya estoy harta de eso, lo que me gusta es tragar sola y eructar y tirarme pedos y reírme de lo chancha que soy. La verdad, todos me parecen inmundos, asquerosos, el mundo es asqueroso, al final todos te traicionan. Por eso yo me protejo de los ascos del mundo en mi cama, en mi cocina, en mi baño, dándome unos baños de asiento eternos en agua caliente con burbujas, porque así es como quiero morir, en la tina, drogada, inconsciente, calata, obesa como una foca. De ninguna manera pienso morir famélica y entubada en un hospital carísimo rodeada de curas y enfermeras: ¡sobre mi cadáver! Yo quiero morir en esta casa, con la refrigeradora bien llena de quesos y salmones y helados de lúcuma. Mi especialidad son los helados, ¡hay que ver la cantidad de helados que me empujo a las cinco de la mañana! ¡De coco, de guayaba, de maracuyá, de pistacho, de lo que sea! ¡No hay helado que no me guste, son mi perdición! Y en mi caso, la culpa no la tiene mi apetito salvaje, de-senfrenado, sino el Dormonid. Porque a mí el Dormonid ya no me hace efecto, no me da sueño, he tomado tantos que soy inmune a esa pepita fina: lo que me hace el Dormonid es darme un hambre depredadora, asesina. Apenas me baja el Dormonid y me refina el humor y me pone risueña y remolona, ¡no puedo sino pensar en helados! Después no me vengan con que la felicidad no existe. ¡Claro que existe! ¡Pero tienes que entender que no la vas a encontrar en los hombres! ¡Está en ti! ¡Búscala en ti! No pienses tanto, no te enredes ni filosofes, ¡busca la felicidad en tu apetito! ¡Abre la refrigeradora y traga! ¡Traga sin culpa, traga, engorda, si igual ya estamos tías y nadie quiere toquetearnos ni siquiera alicorado! Yo no sé si tengo amor propio, lo que sí tengo es hambre propia y soy esclava de mi hambre y me empujo todo lo que se me antoja y más también, y ya perdí la cuenta de los laxantes y supositorios que me procuro para evacuar porque ¡qué sería de mí sin mis pastillas! Yo de chica era flaca, flaquísima, tengo fotos en blanco y negro, puedo probarlo, ¿quién hubiera dicho que esa flaquita esmirriada y seriecita, tan buena ama de casa, militante de la Democracia Cristiana, terminaría siendo la gorda vaga y pastillera que soy? Ha sido un laaargo camino y estoy taaaan orgullosa de mí. No me importa lo que digan mis amigas que en el fondo se mueren de la envidia porque tengo más plata que ellas (yo siempre tuve plata, es cosa de familia), yo me veo en el espejo y me veo regia, señorial, gorda pero elegante, con una gordura de estadista alemana, gorda como le podrías decir gorda a Angela Merkel, ¡pero a nadie se le ocurriría decirle gorda a Angela Merkel! Yo, al igual que ella o Hillary Clinton, me considero una estadista, una mujer de Estado. Mi Estado es la refrigeradora de mi casa. Vigilo atentamente la bonanza de mi nevera. Nunca falta nada. Tengo un personal muy atento que hace las compras y mantiene la refrigeradora llena de helados y quesos y salmón. Frutas no tantas, solo plátanos y uvas, ¡piñas no me traigan, que me recuerdan al pesado de mi marido, que en paz descanse! Verduras no me busquen, no hay, aborrezco las verduras, no soy una vaca para estar pastando, yo soy una señora que come grasa, ¡eso es lo que me salva de la depresión! Nunca he sido más triste que cuando estaba casada y hacía dieta para que el imbécil de mi marido se fijase en mí, ¡tantos sacrificios y privaciones para que después el tarado me sacara la vuelta! Yo empecé a tragar cuando descubrí que me era infiel, ese fue mi castigo, pensé: ahora te jodiste, ahora me vuelvo chancha, y desde entonces no he parado y el infarto lo tuvo él, ¡justos pagan por pecadores, el muy idiota se murió corriendo la maratón de Nueva York! A mí no me saques a correr ni a trotar, yo no soy yegua ni potranca, yo soy una señora de distancias cortas, por ejemplo la que separa a mi cuarto de la cocina, ¡qué ruta tan feliz la que me lleva de madrugada a la refri, cuando soy la gorda calata que se pasea sin temor alguno por la muerte! Ya estoy muy vieja y trajinada para tenerle miedo a la muerte, qué ocurrencia. Yo no le tengo miedo a Dios ni a la Virgen ni a nadie. Yo soy atea, mi única religión es mi apetito. Cuando muera y me reciban en el Cielo, solo espero no encontrarme con el espeso de mi marido. Y lo primero que pienso preguntarle a Dios es: ¿Qué hay para comer, hijito, que vengo muerta de hambre? ¿Tendrás un heladito de lúcuma para compartir?