Carlos Galdós (César Campos/Perú21)
Carlos Galdós (César Campos/Perú21)

De Carlos Galdós sabemos lo que se desnudaba cada sábado en Somos. Su padre ausente, su madre heroica, sus tías beatas, su amada Carla, la devoción por sus hijos, la quinta de Lince y sus miedos y sueños clasemedieros. Arte difícil el de psicoanálisis en público, porque el riesgo es el espectáculo barato y el aplauso complaciente. Sin embargo, lo venía haciendo burlándose de sí mismo, sin cruzar hacia lo indecente.

¿Qué explica la burla que hizo de las necesidades higiénicas que la prisión ha impuesto a Keiko? Eso sobrepasó todo lo permitido. El Comercio le canceló la página semanal en Somos. Quizá Radio Capital haga lo mismo con su programa. Pero Galdós no llegó solo a ese exceso. Muchos otros antes le facilitaron ese camino. Son cómplices de la burla cotidiana.

Llegamos a eso porque no utilizan sustantivos para analizar sino la caricatura grosera para criticar. Prefieren el adjetivo que destaca mentiras y esconde verdades. Hemos sido tolerantes con el fiscal y el juez que amplificaron lo del lavado de activos para incluir casi cualquier cosa, solo para justificar una prisión preventiva. Se toleró no por justicia, sino porque se quería ver humillada a Keiko. Como epílogo, el dolor del esposo convertido en meme.

La línea que cruzó Galdós esta semana la cruzaron antes otros, sin protestas. Creyeron que estaba bien, que así se vencía al adversario. No es así.

Regresemos al respeto al argumento contrario. Cero tolerancia al insulto y a la humillación. Nos jugamos una sociedad civilizada en eso.

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