Robert Sutton, profesor emérito de la universidad de Stanford, cofundador de su prestigiosa escuela de diseño y autor de fama global por su libro publicado en 2007 —de título muy difícil de traducir al español sin que pierda su esencia—, nos regala este 2024, junto con Huggy Rao, en el libro The Friction Project, un concepto muy interesante por la amplitud de sus aplicaciones en los ámbitos empresariales y de gestión pública: el concepto de fricción.
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Con el concepto de fricción, Sutton y Rao se refieren a las fuerzas que impiden, complican o dificultan hacer las cosas. Interesantemente, distinguen entre fricción buena y fricción mala. No toda fricción es necesariamente negativa. Por ejemplo, agregar mayor debate, agregar mayor reflexión, puede ser positivo, especialmente cuando las decisiones son más costosas de revertir. Ese mismo espacio de reflexión puede ser muy negativo cuando se trata de decisiones cotidianas, urgentes, exploratorias o fácilmente reversibles. La fricción buena puede fomentar el debate y mejorar los resultados, mientras que la fricción mala puede obstaculizar y disminuir la productividad. Uno no agrega un directorio a una compañía de bomberos. Se trata de producir los incentivos correctos para lograr los mejores resultados.
Generalizando para la gestión pública, si las reglas de juego, si el sistema institucional, hacen difícil lo que se debe hacer y fácil lo que no se debe hacer, los resultados estarán necesariamente lejos de lo deseado. Por ejemplo, si la formalidad está sujeta a toda clase de fricciones negativas y requiere toda clase de permisos sin valor y queda a merced de cientos de pequeños Atilas, estaremos agregando arena a los ejes del desarrollo innecesaria y negativamente. Si, al mismo tiempo, la informalidad y la ilegalidad funcionan sin ningún tipo de fricción, estaremos agregando leña al fuego que nos destruye. Por lo tanto, el resultado de crecimiento limitado, junto con una informalidad que ocupa a tres cuartas partes de nuestra PEA y un conjunto de actividades ilegales crecientes, no nos debería sorprender.
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Se trata, pues, de identificar y eliminar las fricciones innecesarias, de eliminar los procesos y tecnologías obsoletos, que impiden la formalidad, el crecimiento y la acción del Estado. Se trata también de identificar dónde es que necesitamos mayor fricción para combatir la informalidad y la ilegalidad. Acometer desde esta perspectiva el desarrollo regulatorio desata toda una agenda que priorizaría de manera sistemática la eliminación de barreras burocráticas, la simplificación administrativa y se enfocaría en la generación de las capacidades del Estado para hacer cumplir la ley.
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