Mafalda está en la playa con su papá. Ambos miran al horizonte. “Papá, crees que si tiramos a todos los políticos al mar… ¿El océano soporte tan alto nivel de contaminación?”.

Más allá de las terribles implicancias ambientales, no parece mala idea, a pesar de la crueldad que significa para los pobres peces.

Estamos todos hartos, cansados y desilusionados. Pero, ¿por qué? ¿Porque la declaración de vacancia es inconstitucional? ¿O por la mezquindad de los inescrupulosos a los que les importa un bledo la inestabilidad que generan? Quizás sea simplemente porque Merino nos parece un mediocre. ¿O será porque vemos muchos Merinos en el Congreso? De pronto, es por la insensibilidad que todo esto muestra hacia la pandemia, y es sufrimiento y daños que nos han ocasionado en el día a día.

Quizás sea porque a veces sentimos que protestar es defender a Vizcarra a pesar de todos los indicios que señalan que podría ser tan corrupto como aquellos a los que criticó.

Probablemente sea por todos estos personajes burdos, caóticos y carentes de ideas. Ya lo decía también Mafalda: “Si hay algo peor que el crimen organizado, es el crimen desorganizado”.

Vale la pena decirlo. Hemos estado (y posiblemente seguiremos estando) gobernados por delincuentes. La política suele atraer a muchos muy mal intencionados. Pero, además, nuestro Estado ha sido incapaz de gestionar nada eficientemente. Ni siquiera el delito. No solo nos han dañado esos delitos. Nos han dañado la desorganización y caos con los que los han cometido. Y, en medio de una pandemia, pretender ser mediocres maquiavelos es un juego realmente sórdido.

Y con el perdón de quienes han salido valientemente a protestar, ya ni las protestas son consistentes. No está claro qué se defiende. Me es difícil pensar que están defendiendo a Vizcarra. Finalmente, su cierre del Congreso huele tan inconstitucional como la vacancia de la que ahora ha sido víctima. ¿Se defiende a la democracia? ¿Cuál? ¿La que nos ha traído todo esto? Pero es natural. Cuando todo está mal, es imposible quejarse sin ser inconsistente.

En este contexto, ¿qué hacer? Lo primero, asegurar elecciones limpias en abril. No ceder ni un milímetro. Lo segundo, si no se puede conseguir que este gobierno deje de ser gobierno, por lo menos impedir que haga cualquier cambio, de cualquier tipo. Tercero, votemos responsablemente. No permitamos que el voto se disperse. La elección anterior nos arrojó a las fauces de un Congreso que se comporta como una banda de pirañitas, que delinquen arrancándole harapos a un pordiosero. Cuarto, no confiemos en los políticos. Nadie reparte las palas con las que lo van a enterrar. Que sea la sociedad civil la que presente el plan de reformas políticas que tenemos que hacer. Quinto, protejamos al Tribunal Constitucional. No admitamos una nueva repartija como la que se quiso hacer hace unos años. Y, finalmente, asegurémonos de que no haya impunidad para quienes han hecho tanto daño. Quienes han causado todo esto tienen que rendir cuentas.

No llegaremos al bicentenario con muchas ganas de celebrar. Al menos lleguemos con las ganas y actitud de evitar que la historia se repita.


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