(César Campos)
(César Campos)

¿Qué pasa cuando las personas dejan de creer por completo en sus representantes? Las elecciones las gana alguien como Belmont, Fujimori, Toledo, Humala y García por segunda vez. Males menores o que se vayan todos porque al final del día todos son igual de corruptos y ninguno hace nada. Y si uno pone una piedra encima de otra y para eso se robó cuatro piedras, ¡entonces hay que reelegirlo!

Y nadie se libra.

Si el ex presidente dice que su gobierno estuvo lleno de ratas que no eran de él, ¿de quién era el gobierno? Si de la bancada más grande solo hay poco más de una decena de congresistas con carné del partido y más de 20 tienen cuestionamientos (varios por delitos graves), ¿cómo se puede ufanar de luchar contra la corrupción la persona que los puso allí? Si el presidente de la República dice que jamás hizo A, pero a los pocos meses dice que en realidad sí hizo A, ¿Susana Villarán era la presidenta?

Falta de voluntad política y costumbre. Nos hemos acostumbrado a vivir a salto de mata y la precariedad tolera muchísimas cosas que en condiciones más holgadas o menos apremiantes no toleraríamos. Pero esa excusa nos es ajena: el Perú creció más de 20 años de manera ininterrumpida gracias a los precios récord de los minerales que exporta y, al mismo tiempo, había ‘Gringasho’, había Orellana, había Oropeza, había empresas millonarias levantándose en peso al país, había niños congelados, había programas sociales con hueco, había Olmos para Gloria y Odebrecht y había ciudadanos que miraban para otro lado y que eran más que siete de cada diez.

Y así se han quedado. ¿Con qué derecho reclama pulcritud quien no es capaz de distinguirla de la roña?