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Estrategia sin oxígeno

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Inconcebible el problema generado por la falta de oxígeno medicinal para tratar a los pacientes infectados con el COVID-19. Es difícil entender este error de previsión del Gobierno con un componente tan básico en la estrategia integral de lucha contra la pandemia. Ha tenido que estallar prácticamente como una nueva urgencia hospitalaria, debido a su escasez, para que se tomen medidas, otra vez bajo la presión del apuro.
Una planificación adecuada hubiera permitido no solo importarlo, que es lo obvio, sino medir y potenciar la producción interna al máximo, adelantándonos a lo que se veía venir, así como mapear y supervisar su uso para evitar el acaparamiento, y monitorear su disponibilidad, tanto en hospitales públicos como en clínicas privadas.
El decreto de urgencia aprobado hace unos días servirá, como dijo el ministro de Salud, Víctor Zamora, para “garantizar la oferta de oxígeno, pero también para que se compren los insumos necesarios para su almacenamiento, sean estos (de gran escala) o de carácter individual. También autoriza la compra de aparatos que producen el oxígeno tanto para infraestructura hospitalaria, como para los concentradores, que son productores de oxígeno individual para comunidades nativas e indígenas, donde no se puede llevar tanques de gran volumen”.
Pero declarar en emergencia el suministro de oxígeno no debiera implicar solo una mejora de la infraestructura que posibilita su uso, debe incluir también la fiscalización de las labores administrativas de los hospitales del Estado, para evitar así las consabidas descoordinaciones respecto a la dotación del servicio con los proveedores. Y, desde luego, asegurar su acceso tanto en la capital como en las regiones más afectadas por el patógeno, eso es lo primero.
Errores de previsión tan elementales como este no pueden permitirse a estas alturas de la pandemia y a 83 días del estado de emergencia, justo cuando el país comienza a enfocarse más en la reactivación económica.
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