El Gobierno mexicano no invita a Felipe VI, rey de España, a la toma de posesión de la próxima presidenta.
Felipe, desde muy joven, ha venido asistiendo, hiciera frío o calor, a las tomas de posesión de los presidentes latinoamericanos. Reflejo de la importancia que da España a estas relaciones.
España, además, ejerce, desde su ingreso en la Unión Europea, de embajadora, mediadora y, en ocasiones, facilitadora, de las importantes relaciones Latinoamérica - Unión Europea.
En los años 50, en pleno franquismo, se suscribieron unos sorprendentes convenios que garantizaban la plena igualdad en materia laboral entre españoles y los nacionales de los países latinos firmantes. Seguramente López Obrador desconocía estas medidas que no encajan en su visión victimista de la gesta de los españoles en América.
La causa de la no invitación es peregrina y hasta infantil: como el rey no contestó a la carta que le dirigiera en 2019 López Obrador, en la que le pedía que pidiera perdón al pueblo mexicano, se le castiga. ¡Ea! Ya no te invito.
El problema es que el gobierno mexicano erró en dirigirla al rey. Que reina, mas no gobierna. No puede ni contestarla ni acatarla. Es función exclusiva del gobierno.
El gesto, pues, de la nueva presidenta es lastimoso. Cuando, antes al contrario, debería ser su predecesor —él sí— el obligado a pedir perdón por la violencia que flagela a los más pobres, normalmente indígenas; por el número de mujeres asesinadas a diario, normalmente indígenas; por los miles de desaparecidos que computa su gobierno (se habla de 75,000). Prometió mucho, incluso dar con los estudiantes desaparecidos hace 10 años. No cumplió sus promesas. Su gobierno respondió con la nada.