¿Baby Cervantes?

“Dependiendo de las culturas y circunstancias, se valora y promueve la capacidad de usar las palabras para exponer situaciones, contrastar argumentos, negociar posiciones y resolver de manera creativa conflictos”.

Entre las recetas para criar niños todo terreno, exitosos académicamente y solventes en lo interpersonal, está el hablarles y hablarles desde el primer momento —incluso desde que están en el seno materno—, usando un lenguaje florido, variado, con sinónimos y antónimos, que exprese emociones y conceptos, con toques de retórica y desenvolvimiento dramático. Así como Baby Einstein y Baby Mozart, “¿Baby Cervantes?

Sucede que hablar a los niños, es decir una comunicación verbal que los tiene como interlocutores privilegiados, es un fenómeno bastante reciente y ligado a culturas en las que predomina un núcleo familiar pequeño, un escenario esencialmente íntimo y opaco al escrutinio de extraños. En ese caso, adulto y niño se enganchan en intercambios lingüísticos sostenidos. Y muy pronto, con el inicio de la escolaridad, ya en el nido, una o un par de personas especializadas hablan a un grupo de niños. Eso llena la mayor parte del día.

Pero, ¿qué ocurre en lugares en los que casi todos los espacios, desde el principio, son públicos, en los que muchos adultos están juntos con muchos niños todo el tiempo, en una suerte de asamblea permanente que cubre todos los aspectos de la vida? ¿Será que en ese caso el aprendizaje de la lengua materna demora más y su uso es menos rico o eficaz?

Pues todo indica que no, que los humanos estamos hechos para absorber el habla si formamos parte de una audiencia en escenarios parlantes con distintos actores, que, además, ofrecen ejemplos variados de protocolos sociales en los que el lenguaje tiene sentido y relevancia. En esos contextos, dependiendo de las culturas y circunstancias, se valora y promueve la capacidad de usar las palabras para exponer situaciones, contrastar argumentos, negociar posiciones y resolver de manera creativa conflictos.

Será por eso que no pocos piensan que los niños, esos dedicados oyentes que no se pierden nada aunque parezcan concentrados en otra cosa, son lingüistas por naturaleza, y cuando interactúan entre ellos usando las piezas del rompecabezas que recogen de manera cotidiana, son el origen de palabras novedosas que pasan a la lengua adulta como jerga, y luego vocabulario formal. Fueron niños, parece, los que dieron origen al papiamento, o equivalentes, que se habla en algunas islas en las que confluían adultos hablantes de lenguas diferentes.

¿Lecciones de lo anterior? Bueno, quizá dejar esos diálogos forzados que supuestamente trabajan el músculo verbal para futuros éxitos y ofrecer a los niños en nuestras interacciones, debates, lecturas y conflictos, el amor por la palabra. Una buena sobremesa vale más que mil baby Cervantes. Antes que prepararlos para la vida, se trata de hacerlos partícipes de ella: como pasajeros y copilotos, público y actores, protagonistas y comparsas, reyes y bufones.

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