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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

El presidente y su esposa han manejado un lamentable y nocivo doble discurso durante este gobierno.

Por un lado, han tratado de mostrarse como una pareja renovadora, que tomaba distancia de los políticos tradicionales, que exigía a sus críticos y adversarios una conducta honesta y ética, que pregonaba el respeto a las instituciones y a las leyes o fallos judiciales, que se llenaba la boca hablando de la necesidad de eliminar los caudillismos y que hizo de la inclusión su palabra favorita.

Pero, por el otro, y con sus mismas palabras o actos, nos han mostrado un lado oscuro, el real, el de todos los días.

Ellos, que exigían un gobierno democrático y respetuoso de las leyes, han convertido al Ejecutivo en su feudo, en su chacra, en su cuartel, en el que, sin respeto por la Constitución y las normas, hacen lo que quieren y lo que más les conviene a ellos y a sus incondicionales.

Ellos, que criticaban a sus adversarios por tratar de sustraerse de la justicia, tratan de burlarla y de ejercer presión pública y política para librarse de las investigaciones, y buscan convertir en actos privados lo que, en realidad, son dudosas y sospechosas gestiones públicas.

Ellos, que atacaban a sus enemigos por actuar como políticos tradicionales y por liderar partidos sin democracia, hacen lo que quieren en un partido familiar, en el que la única voz es la de la pareja, y en el que a los que discrepan los botan.

Ellos, que pedían –y piden– a sus adversarios respeto a las normas, y critican –y han criticado todo el tiempo– a sus contrincantes por hacer uso de los recursos del Estado, hacen campaña permanentemente desde un estrado presidencial o un acto oficial, mezclando, sin pudor alguno, al Ejecutivo con la cuestionada presidencia de un partido político.

Nos sobran ejemplos, pero nos falta espacio para mostrar cómo ellos hacen lo que quieren, sin respeto por las instituciones y las normas.