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Enrique Castillo: ¿El menos malo o el malo conocido?

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Fecha Actualización
Las múltiples denuncias y cuestionamientos que se hacen contra casi todos los voceados candidatos a la presidencia –y las que todavía faltan por hacerse– ponen a los electores en una situación muy particular. Si los nombres se mantienen, y la guerra de acusaciones se incrementa, podrían ser más las razones para no votar por alguno de ellos que los motivos para preferirlos.

En un escenario así, las propuestas electorales van a tender a relativizarse o deformarse. Atacar al adversario o hacer populismo para buscar que la gente se olvide de las denuncias puede ser una alternativa muy utilizada. Los temas efectistas, de gran impacto, y que generan pasiones pueden empezar a ponerse de moda, por encima de aquellos que realmente necesita el país en estos momentos.

La situación de los candidatos, cuya credibilidad es realmente baja, sumada a los cargos que se hacen contra varios de ellos, hace pensar a algunos que el terreno es fértil para que florezca la candidatura del famoso outsider. Y realmente lo es, pero lo que no aparece en el horizonte es el protagonista. Ninguno de los que están en una lista de precandidatos de las encuestadoras lo es, aunque muchos quieran hacernos creer que lo son.

El Perú no ha sido tierra de outsiders y, después de los únicos dos que ha habido (Belmont y Fujimori), no ha habido más. Hemos tenido –de lejos– muchos más golpistas que outsiders. Y es que un outsider no se prepara en un laboratorio, ni se promueve o se "lanza" desde un grupo que cree que, con dinero y contactos, puede encumbrarlo.

Precisamente, la esencia de un outsider es que no responde a ningún interés de grupo, y construye su liderazgo a partir de una conexión espontánea y "revolucionaria" con la población. Y como en el Perú hay justamente una profunda crisis de liderazgo, lo que no aparece es el líder, y mucho menos las propuestas "revolucionarias".

¿A quién elegiremos: al menos malo o al malo conocido?