El menú de la protesta. (GEC)
El menú de la protesta. (GEC)

La estructura sociológica del informal peruano lo inhibe de manifestar su malestar a través de protestas sociales como los violentos estallidos del vecindario. Su racionalidad pragmática y escéptica de los empeños colectivos –más allá de 11 jugadores en una cancha de fútbol– lo ha alejado de los proyectos políticos –salvo para obtener prebendas, de las grandes a las pequeñas, un taper siquiera– y de las movilizaciones de tipo el-pueblo-unido-jamás-será-vencido. En su lucha callejera, el informal nuestro no clama a viva voz “no más AFP”, sino “palta madura, casera, palta madura”.

Un país con el 70% de su fuerza laboral en este estado anti-Estado no construye (espontáneamente) una democracia liberal de partidos enraizados.

La racionalidad del pueblo peruano ha encontrado en el mecanismo del voto su vehículo de protesta más efectivo (y es, por demás, obligatorio). Si bien la teoría señala que el voto y la protesta son dos armas fundamentales de todo ciudadano, el peruano las ha sabido fusionar en una cédula de votación. Así, cada vez que concurren a las urnas, son menos los peruanos que eligen y más los que gritan su inconformidad. Y el menú de la protesta es más variado de lo que ingenuamente se podría prever.

Aunque el voto nulo y el voto en blanco fueron los ganadores de esta última contienda electoral, ninguno alcanzó niveles históricos ni se coronó como la expresión de malestar más creativa. En ello influyó la pujante campaña que –incluso con fake news– los estigmatizó, ante la cual el elector canalizó su desafección mediante el ausentismo (25%, histórico en elecciones parlamentarias) y su fastidio al endosar alternativas extremas y retadoras del establishment político y moral. Así, hoy son representados los discursos mano dura y xenófobos de Podemos Perú, la opción antisistema nacionalista y facistoide del etnocacerismo, y el milenarismo religioso-conservador y marginal del Frepap.

En términos concretos, las elecciones del 26-N han tenido el efecto de sacudón a las élites, como el de la ola de movilizaciones de Chile y un susto telúrico del calibre de las protestas indígenas en Ecuador. El nivel de fragmentación política que analizamos con microscopio los “especialistas” representa, sin lugar a dudas, la victoria de la informalidad.

Quizás cuesta aceptarlo, por lo (mal) acostumbrados que estamos a separar al informal del elector, como si no fuesen la misma persona. Porque claramente el informal peruano no tiene solo una dimensión emprendedora económica, sino también una dimensión antiestablishment política. En ambos casos, individualistas de espaldas al Estado.


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