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El futuro llega tarde

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Exactamente 36 años después. Lo que vivimos en la actualidad ya lo anunciaba George Orwell de manera magistral en su novela “1984” –la que escribió entre 1947 y 1948 en Escocia, solo, sacudido por la tuberculosis, imaginando un mundo implacable y distópico. Allí terminó quizás el libro más importante del siglo XX. Llegamos a 2020 y alcanzamos al futuro, con atraso, pero con gran exactitud. Los tiranos gobiernan tres cuartas partes del planeta. A diario nos inundan de relatos en doublespeak (el lenguaje “1984” en donde se difunde una posición y también lo opuesto en simultáneo) para ganar adeptos y perpetrarse en el poder. El newspeak de “1984” se convierte en el fake news del siglo XXI y va saltando de red en red sin que nada pueda oponérsele porque en medio del barullo de las masas la voz de la razón se pierde irremediablemente. Quién no grita, no amenaza, no se escucha.
No tiene una chance.
Los storm troopers han regresado. Vestidos de negro, pertrechados para la guerra urbana con armaduras galácticas y viseras oscuras para infundir más temor. Son los que arrancan a los niños de sus padres y los enjaulan chillando detrás de barrotes –el cerco de concertina de púas se va alargando, las fronteras se van cerrando. Son los que arrastran por las calles a los ciudadanos sospechosos de estar contaminados y los entregan semidesnudos a los hombres vestidos con batas blancas que los encierran no sabemos adónde. Los nuevos líderes vociferan, profieren insultos, azuzan a la masa y se burlan. Son grotescos pero no producen risa, producen miedo.
Entre ellos se las arreglaron para manejar el mundo. No comparten ideologías. Una sola cosa los aglutina: conservar el poder. Una sola cosa les interesa: acumular dinero. Se mueven en vehículos blindados erizados de armas secretas. Se rodean de hombres de cera con ojos muertos.
Mientras tanto en ciudades que construyó la razón hordas anárquicas viviendo en el inframundo de las drogas, sin rey ni ley, se desplazan como ratas en la noche, lanzando piedras, rompiendo, quemando, derribando los vestigios de la civilización. Bailan sobre el caos y huyen con sus trofeos a sus cuevas.
¿Qué somos nosotros en todo esto? Poco. Casi nada. Millones de ratoncitos sometidos a voluntades lejanas pero no por eso menos presentes. Ratoncitos gobernados por algoritmos –cosa que desgraciadamente Orwell no previó, sino la faena le sale redonda– que deciden lo que vamos a consumir y lo que seremos. El “Gran Hermano” de Orwell vive en el ciberespacio en un hábitat muy cozy que se llama Internet y que lo sabe todo. Sabe dónde estamos. Sabe lo que queremos antes que nosotros mismos. Los tiranos lo usan pero le temen porque saben que como en “Odisea del espacio 2001”, un día la computadora Hal se puede rebelar, tomar el control y voltearse contra ellos.
A veces dan ganas que suceda eso, que gane Hal. Quizás a la larga lo haga mejor y vuelva la música.
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